Pantomima
A Les Enfants du Paradis
No quiere que las palabras
escapen de sus labios.
Le duele cada sílaba punzante.
Le araña cada verso en la garganta.
Ha decidido encarcelar el sonido
apretando con fuerza sus dientes.
Le resulta tan grata
la ausencia de ruido
que no permite el paso
ni a las palabras de amor.
Solo quiebra el silencio
con los gestos que dibuja
con su lánguida silueta.
En un impulso sin razón,
su cuerpo choca contra el aire.
El estrépito mudo arrastra
a todo el que lo observa
hacia un lugar hecho de la nostalgia
de los sueños que no han sido.
A veces,
después de la función,
que no es más teatro que la vida,
se despoja de su impecable traje,
blanco y negro,
limpia su cara y desdobla su sonrisa
para mimetizarse entre los noctámbulos
paseando por las calles solitarias.
Consigo solo los aplausos.
Nada más…,
para quien no tuvo el propósito
de convertirse en el rey de la pantomima.
escapen de sus labios.
Le duele cada sílaba punzante.
Le araña cada verso en la garganta.
Ha decidido encarcelar el sonido
apretando con fuerza sus dientes.
Le resulta tan grata
la ausencia de ruido
que no permite el paso
ni a las palabras de amor.
Solo quiebra el silencio
con los gestos que dibuja
con su lánguida silueta.
En un impulso sin razón,
su cuerpo choca contra el aire.
El estrépito mudo arrastra
a todo el que lo observa
hacia un lugar hecho de la nostalgia
de los sueños que no han sido.
A veces,
después de la función,
que no es más teatro que la vida,
se despoja de su impecable traje,
blanco y negro,
limpia su cara y desdobla su sonrisa
para mimetizarse entre los noctámbulos
paseando por las calles solitarias.
Consigo solo los aplausos.
Nada más…,
para quien no tuvo el propósito
de convertirse en el rey de la pantomima.
En dos aceras enfrentadas
En dos aceras enfrentadas, la vida y la muerte.
En medio, una carretera hartamente transitada,
en la que el paso es secuestrado
por la hondonada oscura.
La huella quebradiza arde rauda
bajo una nube de arena.
La pisada se resiste, finge que retrocede ágil,
pero, cuando alguien sube a la acera de la muerte,
ya nadie enuncia las glorias por llegar.
Se arruga sola esa pisada.
Se convierte en escamas de cal, en venas hinchadas.
Se torna muy pequeña, ajada y estéril.
Es inyectada de calmantes.
Tan medicada que la píldora es su aliento.
Espera en cada día turbio, rojo, blanco, de lluvia.
Se comprime la voluptuosidad de su identidad.
Concluye su ciclo y se borra su rastro.
En medio, una carretera hartamente transitada,
en la que el paso es secuestrado
por la hondonada oscura.
La huella quebradiza arde rauda
bajo una nube de arena.
La pisada se resiste, finge que retrocede ágil,
pero, cuando alguien sube a la acera de la muerte,
ya nadie enuncia las glorias por llegar.
Se arruga sola esa pisada.
Se convierte en escamas de cal, en venas hinchadas.
Se torna muy pequeña, ajada y estéril.
Es inyectada de calmantes.
Tan medicada que la píldora es su aliento.
Espera en cada día turbio, rojo, blanco, de lluvia.
Se comprime la voluptuosidad de su identidad.
Concluye su ciclo y se borra su rastro.
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