poesia encarnada
poesia en la calle, desde la calle, la palabra tomando la palabra, la palabra es lo unico que sigue siendo de todos pero sobre todo alcanza su maximo poder en boca de la pobreza. La poesia es nuestra arma favorita. Los poetas, nuestros destiladores magnificos.
sábado, 27 de febrero de 2021
A LA MANERA DE ANTAÑO de Pablo de Rokha
martes, 9 de febrero de 2021
Rafael Alarcón transcribe borradores de Antonio Machado en una nueva antología
Si algo caracteriza a Rafael Alarcón Sierra (Zaragoza, 1968), profesor titular de la Universidad de Jaén, es su versatilidad, su rigor y una honda sensibilidad. Experto en la obra Juan Ramón Jiménez, El Greco, los aviones en la literatura española, también es estudioso de los hermanos Antonio y Manuel Machado , a quien por cierto dedicó su tesis doctoral en la Universidad de Zaragoza.
Ahora publica una antología personal de Antonio Machado, que incluye transcripción de manuscritos de los fondos de Sevilla y Burgos que no figura en las obras completas del poeta. Explica: “Carlos Alcorta, poeta y editor de Calambur, acaba de publicar ‘Fotosíntesis’ en las PUZ, sabe que llevo tiempo trabajando en los Machado y me propone hacer una antología de Antonio Machado con total libertad. Enseguida me di cuenta de que, por haberlo leído cientos de veces, ya tengo hecha mentalmente mi antología de Machado (como le pasará a cualquier lector suyo); que puedo eliminar todas las composiciones que no me parecen excelentes (poemas de circunstancias, homenajes, repeticiones, etc.) y hacer un libro no solo útil, sino también bonito. Como además soy filólogo, me planteo que la antología no sea un capricho, sino que ayude a entender mejor su trayectoria y su evolución”. Confiesa que él mismo ha aprendido con ella y que el curioso va a hallar un Machado ‘repristinado’. Así nació ‘A orillas del gran silencio’.
Puesto a la tarea, Rafael Alarcón constató que “de Machado hay mucho que no sabemos. Lo biográfico es una ayuda importante para explicarnos mejor su obra, que es lo que me interesa, pero huyo de las interpretaciones meramente biográficas. Nunca acabamos de entender del todo a un gran poeta y además, cada generación de lectores, con su visión del mundo, lo interpreta de forma distinta: eso es precisamente convertirse en un clásico, lo que también sucede con los clásicos modernos, como Machado”, sostiene.
Para el profesor zaragozano Machado “parece un poeta sencillo pero es un poeta complejo, lleno de ‘puntos ciegos’ y de aspectos que sigo sin entender bien”. Esa consideración le ha llevado realizar diversas preguntas: ¿por qué, tras haber hecho suya como nadie la modernidad simbolista en ‘Soledades’, se aleja de ella y se convierte en un poeta a contracorriente? ¿Por qué emprende tantas tentativas distintas (lo descriptivo-reflexivo, el romance narrativo, lo folklórico-filosófico, etc.), sin un resultado satisfactorio? ¿Por qué paulatinamente abandona el verso a favor de la prosa?

Con esas cuestiones en el aire, el experto fija su atención: “Mi trabajo como filólogo no es ocultar estas aristas debajo de una alfombra, sino hacerlas visibles y explicárselas al lector lo mejor que pueda, sin rehuir su complejidad”. Por ello transforma la introducción al libro en algo semejante a una guía de lectura. Rafael llevaba muchos años trabajando sobre los hermanos Machado, poetas y dramaturgos. “En 2005-2006 un pequeño equipo de investigadores hicimos una edición diplomática (transcripción y anotación) de los manuscritos machadianos de Sevilla (diez volúmenes que publicó la Fundación Unicaja), y también estudié por mi cuenta los manuscritos conservados en Burgos. Ahora mismo sigo trabajando con los nuevos manuscritos que ha adquirido recientemente a sus herederos la Fundación Unicaja, de la que hemos preparado exposiciones en Sevilla, Málaga o Madrid. Todo esto ha hecho que no deje de plantearme cuestiones sobre los Machado casi a diario”.
Una selección de todo ello figura en la antología. “Con los manuscritos que se conservan de Antonio Machado, que son muy numerosos, no solo entramos en su ‘taller literario’, es decir, en conocer cómo afronta su escritura, sino que podemos estudiar multitud de borradores de textos que decidió no publicar (de prosa, verso y teatro). Estos nos ayudan a completar y entender mejor toda su obra”, dice.
Rafael Alarcón huye de la terminología ‘poemas inéditos’, y prefiere la de ‘borradores’, que hay que estudiar de modo distinto. “Con ellos algún día se realizará una completa edición crítica de su obra. Hay unos cuantos, no demasiados, que sí aportan ciertas novedades a lo que ya conocemos. En la antología ‘A orillas del gran silencio’ he añadido un apéndice transcribiendo algunos de estos borradores de Sevilla y Burgos (los que complementan mejor su obra publicada), que ya di a conocer en trabajos previos, pero en un ámbito especializado. Creo que es la primera vez que aparecen en una antología dirigida al gran público”, agrega.
Entre los ‘borradores’ o poemas de los manuscritos hay piezas dedicadas a Guiomar (nombre literario de la poeta Pilar Valderrama, bautizada por cierto en el Pilar de Zaragoza). El estudioso señala: “En los borradores a Guiomar (de poemas que no publica), Machado se sorprende de que su nombre suene otra vez en labios de una mujer, cuando ya no se esperaba. Y dice algo precioso: que tiembla al escucharlo como cuando era niño y adolescente. Es decir, que el amor comienza siempre por primera vez, también en la vejez. También escribe algo significativo: que ella fue la que le buscó a él, no al contrario”

ALGUNOS POEMAS
[Del ciclo de Leonor]
I
Yo buscaba a Dios un día
¿Dónde estás que no te veo?
Era una voz que decía:
Creo.
Tengo en mi pecho clavado
un dardo tuyo, Señor.
Me heriste y he blasfemado
por amor.
II
La muerte ronda mi calle.
Llamará.
¡Ay, lo que yo más adoro
se lo tiene de llevar!
La muerte llama a mi puerta.
Quiere entrar.
¡Ay! Señor, si me la llevas
ya no te vuelvo a rezar.
¡Ay! Mi corazón se rompe
de dolor.
¿Es verdad que me la llevas?
No me la quites, señor.
__
Una mañana dorada
de un día de primavera
vi sentada
la muerte a su cabecera.
__
Quiero amarte y solo puedo
blasfemar y aborrecer,
mátame la fe del miedo
del poder.
III
Tengo en mi pecho clavado
un dardo tuyo, Señor;
me heriste y he blasfemado
por amor.
Señor, señor, yo te llamo.
¿Dónde estás que no te veo?
Voz que en el desierto clama
dice: creo, creo, creo.
__
Soñaba yo que tenía
poder sobre las estrellas
que al par que yo las veía
se iban alumbrando ellas.
__
Hoy que se me apagó mi lucero
y no lo veré jamás.
Y, cuando cierre mis ojos
Las estrellas brillarán.
__
Cuando se cierren mis ojos
hartos de mirar sin ver;
cuando se cierren mis ojos,
yo veré.
Cuando mis ojos se cierren,
ojos que ya no te ven,
cuando mis ojos se cierren,
te veré.
Libre lo que quiso ver
de lo que ver no podía
verá lo que no veía.
Verá lo que no podía
el alma que quiso ver
con el cristal que veía.
Cuando se trague la tierra
los ojos que nada ven,
cuando se trague la tierra
los ojos que no te ven,
cuando me trague la tierra
te veré.
*Cuaderno 5 de Burgos, fols. 2r-4r y 10r-12r. Manuscritos reproducidos en El fondo machadiano de Burgos. 'Los papeles de Antonio Machado', I (1), Burgos, Institución Fernán González / Diputación Provincial de Burgos, 2004, pp. 373-377 y 389-393. Fechable en 1912-1913.

[DEL CICLO DE GUIOMAR]
Y siento que otra vez mi nombre suena
en labios de mujer, que es ser nacido,
a lujuria y piedad, a vida plena.
En labios de mujer mi nombre suena,
¿qué espejo de mi nombre tan bruñido
será voz que mi nombre ha repetido
si en labios de mujer mi nombre suena,
mi nombre en esa voz puesta en olvido,
queriendo, otra vez, haber nacido?
I
Sorpresas tiene la vida,
Guiomar, del alma y del cuerpo;
que nadie guarde hasta el fin
el mote que le pusieron;
nadie cree ser quien dicen
que es, ni que pueda serlo.
Nadie crea en quien dicen
que es, ni que pueda serlo;
que nadie guarde hasta el fin
el mote que le pusieron. 3
II
Tú fuiste mi gran sorpresa:
ver lo que más se ha esperado
día en que ya no se espera.
III
Tú me buscaste un día
–yo nunca a ti, Guiomar–,
y yo temblé al mirarme en el tardío
curioso espejo de mi soledad.
IV
Temblé como temblaba cuando niño,
al sospechar...
Y cuando adolescente,
sabiendo ya
lo que sabían todos, y, maduro,
cuando volví a ignorar.
Ahora, ya viejo, esa palabra fuerte:
“¡mujer!”, ¡cómo otra vez me hace temblar!4
**Estos ‘borradores’, recuerda el autor, “ya se dieron a conocer en 204-2005 en publicaciones especializadas (por mí junto a los investigadores que editamos los manuscritos de la Fundación Unicaja); los poemas de Burgos sí que son transcripción exclusivamente mía”.
sábado, 23 de enero de 2021
«Não vou por aí»: A máscara - Palavra Comum
martes, 29 de diciembre de 2020
Presentación de MANDORLA de José Ángel Valente en versión bilingüe españ...
"Me entraste al fondo de tu noche ebrio
de claridad". ("Mandorla")
Que así entre 2021.
miércoles, 16 de diciembre de 2020
Un diálogo de sordos | Jorge Fondebrider – Buenos Aires Poetry
En los últimos meses hubo en España una polémica suscitada por la antología publicada por Juan Manuel Bonet y Juan Bonilla; vale decir, las respectivas reseñas, las respuestas a algunas de ellas, la ampliación del problema a la discusión sobre las vanguardias, etc. Como le dije no hace mucho a Mario Campaña, poeta ecuatoriano, antologador de poesía latinoamericana y participante activo de esas idas y vueltas, tengo la sensación de que el problema en sí no es el del lapso que se le atribuye a los distintos momentos de la vanguardia –concepto que, como bien señalara Borges, corresponde más al léxico militar que a las categorías estéticas y que, si se me permite, a esta altura del partido, atrasa–, sino a un malentendido mayor que pasa por el abismo cada vez más grande que existe entre lo que se escribe y piensa España e Latinoamérica.
Eso le escribí al crítico Ignacio Echevarría, suerte de “árbitro” de la polémica desde las páginas de la revista Contexto (https://ctxt.es/). Me contestó sobresaltado: “Lo que planteas en él abre un debate siempre pendiente, el de las relaciones culturales en el ámbito hispánico. Pero estimo que tiene muy poco que ver con la reflexión que nos proponemos encauzar en CTXT sobre los alcances de la vanguardia. Tu intervención, al menos en este marco (fuera de él podemos plantearla, si quieres, en otro momento), desvía el debate en una dirección que a mí, personalmente, no me interesa. Repito que no me cierro a plantear la cuestión que abordas, sobre la que me encantaría conversar llegada la ocasión. Sin duda compartimos no pocas apreciaciones, por mucho que en otras discrepemos. Pero mi experiencia me dicta que dar tu artículo ahora supone abrir una caja de truenos que en nada va a iluminar el asunto considerado, y sí en cambio desvirtuar cualquier amago de discusión. Al parecer tú crees que el diálogo en esta materia no es posible. Nosotros pensamos que sí y por el momento lo vamos a intentar”.
Echevarría tiene razón. Yo no creo posible el diálogo, pero no por las razones que él supone, sino porque tengo la impresión de que, como en las polémicas medievales, usamos palabras que nos son aparentemente comunes, pero cuyo significado no es el mismo. Me explico: del mismo modo que en España se habla de “izquierdas”, así en plural, y en Latinoamérica, de “izquierda”, así en singular, en muchos otros aspectos, tanto políticos como culturales nombramos las cosas con un mismo término que de uno y otro lado no significan lo mismo. En el caso específico de la polémica generada por la antología de Bonet y Bonilla, muy criticada por algunos latinoamericanos que viven en España, habría que decir que para que haya habido una “vanguardia”, también debió haber existido antes una “academia” contra la cual esa vanguardia se rebeló. Puede que sea el caso de España, pero las llamadas vanguardias latinoamericanas –ya se trate de la generación del 22 argentina, de la poesía antropófaga brasileña o de otros hitos tempranos que rechazaron alguna forma de tradición– prácticamente no se rebelaron contra otra cosa más que contra el modernismo hispanoamericano, que, de ninguna manera fue académico, sino apenas un movimiento previo que, como todo movimiento artístico, en algún momento se anquilosó. Dicho esto, podría leerse el gesto vanguardista, o bien como un resultado natural de la evolución del modernismo (cfr. los aspectos más nacionalistas de la poesía de José Martí o Leopoldo Lugones) o como un gesto meramente imitativo respecto de Francia (nunca España), que se llevó a cabo con toda naturalidad. Por eso de este lado del Atlántico hubo Huidobro, Vallejo, Girondo, Macedonio Fernández, etc. España, en cambio, no produjo nada que realmente subvirtiera el lenguaje poético de Hispanoamérica, al menos hasta Poeta en Nueva York, de Lorca. Y eso no es blasón suficiente que autorice a España a instalarse en el papel de administradora y jueza de la idea de vanguardia, sino apenas un dato de la historia literaria que, convengamos, no es la historia de la literatura.
Sin embargo, hay un equívoco incluso más importante. Lamentablemente, más allá de su poderosa industria editorial –que es asunto de mercado y no de literatura– España no ha hecho gran cosa para ganarse el título de árbitro de nada, entre otras cosas, porque, aunque la circulación que permiten las comunicaciones actuales deberían alentar la curiosidad y permitir mayores contactos, tengo la impresión de que nada ha cambiado desde la época en que había que esperar el viaje de alguien o, en segundo lugar, el correo para entender por dónde andaba cada uno. Dicho de otro modo, las referencias que España tiene sobre lo que pasa en Latinoamérica, con suerte, corresponden a lo que aquí ocurría hace por lo menos dos décadas y, en más de una oportunidad, las novedades le llegan una vez luego de haber sido “aprobadas” en Francia, Alemania, Gran Bretaña o, eventualmente, los Estados Unidos, lo cual, si se me permite, denota un cierto complejo de inferioridad como para producir juicios propios. Los ejemplos sobran.
En el ámbito de la poesía argentina –que, en todo caso, es el que más me interesa– he observado en varias oportunidades el asombro manifiesto de interlocutores españoles, cultos y avisados, cuando en Buenos Aires se les ha dicho que nadie lee ni escribe como Leopoldo Lugones, que figuras como las de Enrique Molina, Juan Gelman o Alejandra Pizarnik –más allá de la importancia que el juicio de cada cual les asigne– atraviesan en estos momentos un período poco feliz en la consideración de los jóvenes y que, desde la perspectiva opuesta, poetas como Edgar Bayley, Joaquín O. Giannuzzi, Leónidas Lamborghini, Francisco Madariaga, Amelia Biagioni, Héctor Viel Temperley Hugo Padeletti, Juana Bignozzi o Arnaldo Calveyra ocupan desde hace al menos tres décadas el centro del escenario, habiéndose convertido en las voces más influyentes para, al menos, tres generaciones. Dicho de otro modo, una discusión así planteada, por falta de información, no conduciría a ninguna parte. Y si este mismo caso se llevara al resto de los países de Latinoamérica, la conclusión no sería muy distinta.
Desde este lado del mundo hemos hecho el esfuerzo por tratar de enterarnos de lo que ocurre en las otras provincias de la lengua. Y al “contrabando” de libros de los años ochenta sucedió Internet que terminó por aclarar muchas cosas. Recuerdo, por ejemplo, que durante mis diez años en la redacción de Diario de Poesía nos costó mucho entrar en contacto con nuestros pares mexicanos. Una generación después, cualquier poeta joven argentino conocía a sus equivalentes de México, de Colombia, de Venezuela, de Ecuador, de Perú, de Chile y, por supuesto, de Uruguay. Pocos, sin embargo, saben lo que pasa en España. Acaso toda esa la ultrapromocionada “nueva sentimentalidad” y la “poesía de la experiencia” contribuyeron a ese desinterés manifiesto, y acaso injusto, que, a la distancia y considerando los puestos de poder adquiridos por algunos de los exponentes de esas tendencias líricas, hoy parece muy difícil remontar. Ésa es una explicación. Otra, que los cambios en la prosodia del castellano de una y otra parte del mundo han hecho que un poeta español esté más cerca de la tradición y tenga un mayor apego por las formas fijas que el que, grosso modo, tiene un poeta de las otras provincias de la lengua, sometidas no a un momento de “vanguardia”, sino a muchos que, por las razones expresadas, España desconoce.
Tal vez sea inevitable que esa bifurcación prosódica hoy resulte poco menos que insalvable. Si uno compara, por ejemplo, la poesía de los Estados Unidos con la de Gran Bretaña, comprobará algo similar. Y si se hiciera la misma experiencia entre la poesía de inglesa respecto de la irlandesa, la separación sería aun mayor. Sin embargo, ningún irlandés toleraría hoy que un inglés intentara legislar sobre el rumbo asumido por la poesía de Irlanda por el mero hecho de hablar una lengua parecida. ¿Por qué, desde las provincias americanas de la lengua, deberíamos aceptar entonces el juicio español?
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Buenos Aires Poetry, 2020
lunes, 2 de noviembre de 2020
Pedro Iturralde Negra Sombra de Agustin Cabezudo
jueves, 22 de octubre de 2020
Poesía en la tormenta – Lanzallama, por Natacha G. Mendoza
Hay violencia en sobrevivir a estas letras, mejor morir en ellas (Selección de textos) Por Natacha G. Mendoza
Cierra bien la puerta, que no entre la guerra de cada mañana, ni los truenos de la última tormenta; ciérrala con todas las llaves, con veinte cerrojos, te ayudaré con ese tablón. Quiero que vivamos en este espacio para siempre, alejados de los gritos; vamos a escondernos bajo la cama, o mejor la rompemos, total, el amor se nos está derramando, y no habrá manera de sobrevivir a todo esto.
*
La tormenta se había formado, pero ella insistía en ignorar su violencia. “No es para tanto” repetía mientras miraba a través del ventanal. Su figura se vestía de milagro, aquel fondo gris, mojado y desparejo, la elevaba a una potencia inexplicable. Nunca entendí las matemáticas, tampoco soy un tipo de letras, más bien me arrastro tras sus palabras, ella dice “no es para tanto” y a mí los truenos que están bombardeando el jardín me parten en mil. Ya lo he dicho, odio los números cuando de ella se trata, cuando debo explicar la cantidad de veces que la miro al día, o la suma de sus manos dibujando mi espalda. Odio las palabras porque están lejos de la realidad que vivo, cuelgan por los tejados, se burlan, mientras intento decirle, “hace lluvia torrencial, aléjate de esa ventana” y es mentira, porque el torrente está en mi boca, sin que pueda explicarle con esta voz lo que supone tenerla cada día cerca, y claro, hay tormenta, se quiebran techos, las ramas caen con violencia, y ahora el viento casi huracanado, así como las matemáticas o las letras, o este amor que se dedica a dejarme de rodillas mientras ella insiste… “no es para tanto”.
*
Nunca conocí a Dios. Siempre lo imaginé alto, barba larga y con barriga. No sé, hay gente que asegura conocerle bien. Otros, lo han perdido en alguna plegaria. No he podido encontrarlo, para decir verdad, no he puesto ningún empeño. Quizá me de igual todo ese rollo de un ser superior que de alguna forma vela pro nobis pecadores y bla, bla. Cuando era niña, prestaba mucha atención a los cuentos. Mi abuelo narraba historias, mi padre las gritaba, y mi madre, las mentía. Ahora, en esta soledad tan pulcra, me doy cuenta de que nunca conocí a ese Dios, siempre fueron otros los que hablaban de él. O tal vez, esté equivocada, y aquel día que vi a Juan, y me enamoré para siempre, no sé, ese día todo parecía un milagro, hasta la luz soltaba estrellitas, y Juan se cubría con todo ese escenario, y yo me arrodillé… yo me sigo arrodillando.
*
El cambio climático azotando mi ventana, los libros apilados en el suelo, este despeinado aullando por los hombros. Debo entender que los lunes tienen esa especie de invierno incorporado, esa sintonía que se repite y repite desde que te levantas hasta que mueres en el sofá. Tengo un lunes en cada hora, un lunes en el café, se me enreda otro en el cajón de las bragas. Hay lunes en todas las estanterías, en mis uñas y en el grito de un portazo. No puedo recordar dónde he dejado mi peine… debo salir, los lunes están apoderándose de esta casa, de mis papeles, del tiempo que choca contra el reloj de pared. He olvidado tu nombre junto a la mesa de luz, iré a buscarte para utilizarlo, quiero desarmar la semana, deshacer cada hoy, contigo.
*
Me arde la sangre que no te toca.
*
Me pregunto si algún día, podré regresar a la vida después de haber soñado tanto.
*
Perdí el tren de las ocho. No hay trenes dónde vivo, pero juro que sentí como pasó delante de mí a toda velocidad, ese vértigo de acero.
*
La tarde me escupía el otoño a la cara. El camino a casa no se hacía largo, simplemente yo no quería llegar, no sé, era uno de esos días en los que la borrachera del trabajo me había dejado con una resaca espectacular y un insoportable dolor de cabeza. No, definitivamente no quería llegar a casa. La calle se estiraba cada vez más, los portones tomaban distancias importantes entre ellos. Me detuve, pensé que entre tanta puerta de hogares dignos podría asomarse alguna entrada al infierno. No tardó en aparecer, y como esperaba, el acceso era tenebroso. Costaba entender que se trataba de un bar, pero el color rojo de sus paredes y las escaleras que descendí lo pusieron fácil. Sin pensarlo mucho me encontré en la barra, mis brazos se quedaron pegados en la superficie, era un sitio sucio, hueco, lleno de botellas vacías, espejos oxidados y una luz amarillenta que te hacía parecer un cadáver. Estaba claro que de ahí saldría con la resaca completamente aniquilada o bien, con las piernas por delante, de hecho hubo un instante en el que pensé que simplemente no saldría…
-¿Y usted señorita, qué diablos quiere tomar?
Sí, era el amo del infierno. Se dirigía a mí para intentar venderme una copa de la manera más educada que le era posible.
-¿¡Qué le pongo!?
-Lo que le de la gana, desde aquí veo que mis posibilidades son escasas.
El tipo sacó su peor mirada, logró intimidarme un poco. Tomó una botella llena de polvo húmedo de la estantería, no había etiquetas. Volvió a enfrentarme, había recogido su mala leche, sólo me miraba de manera desafiante. Entendí de inmediato que me pondría a prueba con el maldito licor que me estaba sirviendo. El líquido tardaba en salir de la botella, algo en su interior dificultaba esa tarea.
-¿Qué es eso que se ve dentro? ¿Un lagarto?
-No.
-¿De qué réptil se trata? Pregunté con ironía.
-Es una cría de serpiente.
El tipo volvió a mirarme con esos ojos. Tenía la certeza de que no tocaría el vaso que me había servido.
-Aquí tiene señorita.
Una sonrisa intentó colarse por sus músculos, pero estos, cansados de estar completamente encabronados, no permitieron nada más. Saqué de mi cartera un billete, lo planté en la barra.
-No tengo cambio- gruñó -Pues yo no tengo otra cosa.
-Si se lo toma, no le cobraré.
Estaba jodida, mi orgullo no me permitiría salir de allí con el rabo entre las piernas, y el estómago me tenía completamente presa del asco.
-Veo que tendrá que pagarme- Susurró.
Sus ojos inyectados en los míos, pendientes de mi fragilidad y del billete de cincuenta que había puesto cerca del vaso. Levanté la cara, acepté su mirada, la enfrenté, la retuve, extendí la mano, tomé el vaso y sin cerrar los ojos apuré el licor de un solo trago. El tipo sonrió, esta vez con toda la cara. Me devolvió el billete, mientras, ese líquido inflamable, recorría mi esófago, y caía en el estómago nublándome la vista…
-¡¿Qué carajo quiere tomar?!
Su voz me hizo reaccionar, las luces del lugar se habían apagado, sentía una humedad cálida por todo el cuerpo…
-¡¿Qué le pongo?!
Quería contestarle, pero mi boca no respondía, no podía ver nada. De pronto sentí como si navegara, todo se movía a mi alrededor…
-¿Qué es eso que se ve dentro de la botella? ¿Un lagarto?
Esa, no era mi voz…
-No. Es una hermosa y atrevida serpiente.
(De Los bares del diablo)
*
Arranqué todas las sombras de tu voz…
soy extranjera en este silencio.
*
Cuando conocí a Lorena, sabía que no regresaría ileso. De hecho, nunca regresé. De niños patinábamos en la plaza mayor, había una explanada circular, nos apretábamos las manos para rodar de forma interminable. No quería mirarla porque sabía que caería sin remedio, me encantaba escuchar su risa, eran hermosos quejidos que rebotaban en la velocidad de nuestras vueltas. A veces, se adelantaba tímidamente, entonces podía ver su pelo ondear como un poema que se le escapaba al viento. Y yo era un preso de esa infancia, de toda la crueldad con la que ejercía nuestra amistad. No sabía estar sin ella, y el patinaje, se transformó en horas de estudio, en ajedrez, en salir a correr juntos, y el verano llegó cuando a Lorena le nacieron los pechos. No supe entenderlo, mi niña era como un credo al que no podía acceder. El calor que nos invadió ese agosto, la llevó bajo mi ventana, con aquel bañador azul. Supe que no saldría con vida de esa noche. Su risa era diferente, había un tono distinto, su mirada, hasta la piel. La mujer que tenía escondida estaba aflorando sin piedad. Yo no sabía cómo sacar al hombre que aún no lo intentaba. Y Lorena sacudiendo el agua para mojarme, mientras la luna la curtía de forma milagrosa. Quise abrazarme para desaparecer, cerré los ojos mareado. Pero ella, que ya tenía cierta hambre, mordió mi boca, no supe seguir sin tropezar con la impaciencia, con su bañador, con el oleaje, no supe aferrarme a su mano mientras patinábamos en círculos, sólo caí, caí… caí tantas veces que ella, no pudo esperarme.