lunes, 2 de julio de 2018

José Luis Cancho: los refugios de la memoria

José Luis Cancho: los refugios de la memoria – El Cuaderno



Anotaciones sobre Los refugios de la memoria

/por José Luis Cancho/
Afirma Soren Kierkegaard: para vivir la vida hay que mirar hacia delante, para entenderla hay que mirar hacia atrás. Es en ese cruce de tiempos donde sustenta la escritura de Los refugios de la memoria. La memoria es una dimensión del presente, al igual que lo colectivo es una dimensión de lo individual. Memoria e imaginación están íntimamente unidas. Ya lo afirmaban los griegos con su perspicacia habitual: las Musas, las divinas inspiradoras de las Artes, son hijas de Mnemosine, es decir de la Memoria. Recordar es poetizar. Poetizar es crear. Crear es fundar. En Los refugios de la memoria se funda un yo a partir de la búsqueda tanto de un territorio primigenio, como de lo que yace oculto bajo el peso y las señales del tiempo: se mide el tiempo en sus heridas, que no distan mucho de las cosas delicadas. La memoria es en rigor nostalgia, deseo de encontrarse como en casa en todas partes, sostiene Novalis. Pero, más allá de la nostalgia y de la utopía —que son, según Susan Sontag, los dos polos del sentimiento moderno—, lo que se impone en Los refugios de la memoria es la conciencia de los límites de la propia existencia. Una autobiografía, así concebida, consiste más en una indagación en la memoria personal, que en la recuperación anecdótica del pasado.
José Luis Cancho en la cama del hospital donde fue ingresado tras su “caída” desde el tercer piso de una comisaría.
Cuando miramos con atención nos ponemos por entero en lo mirado. O dicho con palabras de Platón en El Timeo: el que contempla se hace semejante al objeto de su contemplación. En el caso de las autobiografías, la mirada y aquello que se mira pertenecen al mismo sujeto, lo que obliga al autor a desdoblarse en sujeto activo y pasivo a la vez. Ese rasgo característico de las autobiografías tiene mucho que ver con las imágenes especulares, uno habla de sí mismo como si hablase de otro, como si se tratase de un objeto exterior a uno mismo, un poco a la manera en que los pintores se contemplan para trazar un autorretrato. Este desdoblamiento es lo que facilita la desnudez, el riesgo, la búsqueda de la verdad más íntima.
Pero todo esto que intento explicar aquí, lo dice mucho mejor Osip Mandelstam en un breve poema:
Animal mío, época mía¿quién podrá mirarte a los ojos?Cruel y débil mirarás atráscon la sonrisa de un imbécil:un animal que antes podía corrermirando ahora sus propias huellas.

Extracto

Los refugios de la memoria
Soy taciturno. Salvo en la actividad política y en los viajes no he sido precoz en nada. Fui un niño pasivo. Viví lleno de furia mi adolescencia y juventud. Me atraen los extrarradios de las ciudades, los márgenes en la literatura. El sentimiento de extrañeza es una constante en mí. Me atrae la invisibilidad, el anonimato. El espíritu de secta me produce sentimientos encontrados, me atrae y me repele al mismo tiempo. El límite entre mi vida real y mi vida ficticia es difuso. Todos los que he sido están ahí, al acecho. Todos los que he imaginado también están ahí. He amado la luz, las mañanas, los días al sol; ahora, al contrario que en el poema de Borges, busco los atardeceres, la penumbra, la oscuridad. La vida es más insólita a medida que envejezco. El que fui me resulta cada vez más misterioso.

Me gusta conversar con otra persona a solas. En grupo tiendo a guardar silencio. Me irrita oír cantar en vibrato. En quince años he publicado cuatro novelas; antes pensaba que eran muy pocas, ahora no estoy tan seguro. No reconozco mi letra: de tanto escribir al ordenador he perdido destreza para hacerlo a mano. Prefiero la ropa usada. Un mosquito puede amargarme la noche. Me relaja pasear por los cementerios. No he vuelto a entrar en una peluquería desde que era niño. Mi infancia estuvo atravesada por todos los miedos. No fui un niño feliz. El mundo que bullía a mi alrededor era tan descarnado, tan abrupto, que vivía permanentemente anonadado.

Nunca he tenido cámara de fotos. Apenas conservo un puñado de fotografías que me han regalado los amigos. “Una fotografía no es una reproducción sino la acción devastadora del tiempo, pues todas las fotografías están tomadas por la muerte”, escribió Juan Benet. La mayor parte de mis recuerdos los fío a la memoria. Con cada cambio de casa me he desprendido de lo acumulado: cartas, libros, ropa, muebles… La pobreza está íntimamente relacionada con la desmemoria. No hay objetos que ayuden a contrarrestar el olvido. Me gusta estar ilocalizable. Sueño con desaparecer en un país donde nadie me conozca.





Los refugios de la memoria

José Luis Cancho
papelesmínimos ediciones, 2017
96 páginas
15.00 €
JOSÉ LUIS CANCHO (VALLADOLID, 1952) DESDE FINALES DE LA DÉCADA DE LOS SETENTA DEL SIGLO XX ESTÁ RELACIONADO CON EL PAÍS VASCO, DONDE SE DEDICÓ DURANTE UN TIEMPO A LA ENSEÑANZA, TRABAJANDO COMO MAESTRO EN HONDARRIBIA, IRUN Y ERRENTERIA. A MEDIADOS DE LA DÉCADA DE LOS OCHENTA DEJÓ LA ENSEÑANZA PARA DEDICARSE A LA LITERATURA. RESIDE EN PASAIA DESDE 1994 Y CON ANTERIORIDAD HA VIVIDO EN LONDRES, BUENOS AIRES Y PARÍS.
HA SIDO COFUNDADOR Y PROMOTOR DE LAS REVISTAS DE LITERATURA CABALLO CANALLA A LA CALLE, EDITADA EN SAN SEBASTIÁN, ENTRE 1979 Y 1980, Y LOS INFOLIOS (1981-83). ESTA ÚLTIMA REVISTA SE PUBLICÓ INDISTINTAMENTE EN HONDARRIBIA (GIPUZKOA) Y VALLADOLID, EN COLABORACIÓN CON POETAS Y CRÍTICOS COMO MIGUEL CASADO Y OLVIDO GARCÍA-VALDÉS, ENTRE OTROS. EN AMBAS REVISTAS SE PROMOVIÓ CON ESPECIAL INTERÉS LA POESÍA, AUNQUE TAMBIÉN SE INCORPORÓ LA NARRATIVA, LAS ARTES PLÁSTICAS O LA FOTOGRAFÍA. COMO NOVELISTA, CANCHO ES AUTOR DE UNA TRILOGÍA SOBRE LA MEMORIA: EL VIAJERO JUNTO AL MAR (EDITORIAL DOSSOLES; BURGOS, 1999), GRIETAS (DVD EDICIONES; BARCELONA, 2001) E INDICIOS (DVD EDICIONES; BARCELONA, 2004). SU POESÍA SE HA PUBLICADO INTERMITENTEMENTE EN DISTINTAS REVISTAS.

domingo, 1 de julio de 2018

La Poesía y los Imbéciles - Aldo Pellegrini-





Se llama poesía a todo aquello que cierra la puerta a los imbéciles  
Por Aldo Pellegrini  
 Poesía  9 Agosto de 1961, Buenos Aires  

La poesía tiene una puerta herméticamente cerrada para los imbéciles, abierta de par en par para los inocentes. No es una puerta cerrada con llave o con cerrojo, pero su estructura es tal que, por más esfuerzos que hagan los imbéciles, no pueden abrirla, mientras cede a la sola presencia de los inocentes. Nada hay más opuesto a la imbecilidad que la inocencia. La característica del imbécil es su aspiración sistemática de cierto orden de poder. El inocente, en cambio, se niega a ejercer el poder porque los tiene todos. Por supuesto, es el pueblo el poseedor potencial de la suprema actitud poética: la inocencia. Y en el pueblo, aquellos que sienten la coerción del poder como un dolor. El inocente, conscientemente o no, se mueve en un mundo de valores (el amor, en primer término), el imbécil se mueve en un mundo en el cual el único valor está dado por el ejercicio del poder. Los imbéciles buscan el poder en cualquier forma de autoridad: el dinero en primer término, y toda la estructura del estado, desde el poder de los gobernantes hasta el microscópico, pero corrosivo y siniestro poder de los burócratas, desde el poder de la iglesia hasta el poder del periodismo, desde el poder de los banqueros hasta el poder que dan las leyes. Toda esa suma de poder está organizada contra la poesía. Como poesía significa libertad, significa afirmación del hombre auténtico, del hombre que intenta realizarse, indudablemente tiene cierto prestigio ante los imbéciles. Es ese mundo falsificado y artificial que ellos construyen, los imbéciles necesitan artículos de lujo: cortinados, bibelots, joyería, y algo así como la poesía. En esa poesía que ellos usan, la palabra y la imagen se convierten en elementos decorativos, y de ese modo se destruye su poder de incandescencia. Así se crea la llamada "poesía oficial", poesía de lentejuelas, poesía que suena a hueco. La poesía no es más que esa violenta necesidad de afirmar su ser que impulsa al hombre. Se opone a la voluntad de no ser que guía a las multitudes domesticadas, y se opone a la voluntad de ser en los otros que se manifiesta en quienes ejercen el poder. Los imbéciles viven en un mundo artificial y falso: basados en el poder que se puede ejercer sobre otros, niegan la rotunda realidad de lo humano, a la que sustituyen por esquemas huecos. El mundo del poder es un mundo vacío de sentido, fuera de la realidad. El poeta busca en la palabra no un modo de expresarse sino un modo de participar en la realidad misma. Recurre a la palabra, pero busca en ella su valor originario, la magia del momento de la creación del verbo, momento en que no era un signo, sino parte de la realidad misma. El poeta mediante el verbo no expresa la realidad sino participa de ella misma. La puerta de la poesía no tiene llave ni cerrojo: se defiende por su calidad de incandescencia. Sólo los inocentes, que tiene el hábito del fuego purificador, que tienen dedos ardientes, pueden abrir esa puerta y por ella penetran en la realidad. La poesía pretende cumplir la tarea de que este mundo no sea sólo habitable para los imbéciles.