Poesía de Kyra Galvan: Dos ciudades, dos amores:
Quizá algunos de los que me conocen saben que viví muchos años en el extranjero en dos ciudades muy diferentes. Una de ellas fue Tokio, en Japón y la otra fue en Londres, Inglaterra.
Las dos ciudades no podían ser más diferentes una de otra. Una representa el Oriente y otra, el Occidente. Fue el escritor inglés, nacido en la India, Rudyard Kipling el que dijo : "El Este es el este y el Oeste es el oeste y nunca se encontrarán".
En Tokio apenas viví un poco más de un año pero la experiencia fue tan intensa que me marcó de por vida.
En Londres viví diez años y tuve ahí a dos de mis tres hijos.
Les comparto entonces estos dos poemas que he escrito para estas dos ciudades y por lo que han significado para mi.
Mil años
Aún me cuesta trabajo
dejar el departamento vacío de Minami Magome,
en Ota- ku, Tokio.
La acción se prolonga interminable en el vacío.
En el espacio de mi corazón
hay una estancia sin muebles
que solloza.
Un arreglo floral de bienvenida.
La ilusión de mil años que se quedaron tirados
en un piso polvoriento.
Notas delicadas tocadas en un piano que nunca existió,
acompañadas de un violín que entonaba como un ángel:
melodía de libélulas alborotadas.
Mil años de crisantemos bordados en oro.
Qué difícil dejar el Hotel Imperial.
Último reducto de una historia de amor.
Tokio y su recuerdo, duelen,
y la vida entre kanjis arde nostálgica
sobre una llamarada de juventud en toda su gloria.
Tanta impotencia por no saber leer.
Lánguida lucha por la lengua.
El bosón de Higgs es una realidad.
Ha sido descubierto y confirmado
y asegura que el tiempo simultáneo existe:
o sea, que puedo ser hoy la que fui y seguir siendo la que seré.
Paradoja del tiempo cruzado:
mis piernas jóvenes caminan por el subterráneo
y aún sin conocerte te recuerdo.
Te amo y no te amo.
Te deseo y te aborrezco
porque dejaste una huella que aún no se marca.
Fui de carne y hueso en Akitsu Shima.
Le recé a Kannon sama en un santuario en Kamakura
y diez mil samurái cruzaron mi llanura estéril
llevando suntuosos regalos
y castigos innombrables.
Hoy, adentro de mi corazón,
los cerezos florecen inmutables
en un instante que es presente continuo
y en mi memoria se construye un acuario de olores
que hace de mis ojos: peces
que nadan en las aguas del tiempo:
yo dejando una habitación vacía que no conozco
porque la viví en la memoria
de un país en el que moraré
mil años.
Londres al cubo
Because I barely scratched the surface.
Porque tus cabellos revueltos por el viento del Norte
se enredan con ancestrales fantasmas
tallados en la piedra solemne y repujados en los bronces.
Porque tus calles fanfarronean con las mortecinas luces
de tus pubs en los inviernos lóbregos
donde se come y se bebe desde siglos atrás.
Porque tus intestinos están repletos de gente
que conmuta como hormigas en trenes atiborrados,
que arrastran ausencia
y nostalgia de sol.
Porque en tus callejones se escucha un vestigio de botas
pisoteando sobre la ternura, la duda y la traición.
Cómo llamarte entonces ciudad del medievo,
decimonónica,
ciudad de rascacielos de vidrio y acero
si en tus iglesias yacen enterrados
los poetas desalmados
que escribieron las mejores líneas de la historia
dejándonos boquiabiertos
y sin nada qué escribir
y en tus barrios vivieron los descubridores,
los luchadores, los músicos.
Cómo decirte al oído
palabras de paloma acurrucada
si por tu mitad pasa dividiéndote en dos,
el caudal portentoso de un río
que feroz arrastra consigo el viento y las olas
como un vientre herido, abierto a cuchillo.
Porque en el inframundo de tus sótanos
Winston Churchill peleó una guerra 24X7 X365X5
contra el mal,
contra la plaga de sargazos.
Dime cómo y por qué acariciar tu umbrosidad real
si en tres palacios hay reliquias
y en las reliquias hay palacios,
taj-mahals de culpas e injusticias.
Cómo tocar tu grandeza
si en los parques hay gotas de sangre
de niños obreros
y en las columnas de mármol
rastros de asesinos brillantes
que desaparecieron sin dejar huella.
Tierra de hechiceros, pordioseros y reyes.
Eso eres.
Porque eres una isla dentro de otra isla.
Y el faro que guía hacia tu corazón:
es el obelisco de Cleopatra.
Grito dentro de un grito ahogado en el puente de ti.
De Londres, por no repetir tu nombre en vano.
Diez años no me alcanzaron para abarcarte.
Pero sí para amar cada una de tus piedras malditas
siempre húmedas, siempre penando.
Porque yo te encuentro en los días y en las noches de mis sueños
donde no termino de recorrerte,
de peinarte, de traducirte.
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