Amigo, somos alambiques de los días, de sus mondas,
somos caminos en manos de los pájaros
a veces nos dejan miguitas de pan
para jugar a que nos hemos perdido, tu de hierba,
yo de piedra, en la luz resbaladiza.
No somos tristezas todo un siglo
ni nos suicidamos en cada esquina
ni en la comisura de sus labios, de ella o él,
que desatan y nos tumban como fulminados animales
mas nubes que otra cosa, casi arboles en llamas
Amiga, somos alambiques de las noches, de las cáscaras,
de las lunas que ensombrecen a los angeles,
ni ángeles, nada de ángeles, para que angeles
hablando como hablamos de la puta pena
de tener todos los nombres del dolor en la punta de la lengua,
y no tenerte.
Y no tenerte es un verso futurista
una figura maltrecha, una chaqueta un domingo de ramos,
una entelequia tan comestible, mortadela de aceitunas
y una música al final de la escapada,
un primer plano inútil pero sin daños a terceros.
Una viña y un niño llorando ante un sol cansado.
Pero inevitablemente habitamos las esquinas
donde se suceden las escena s de caza en Baviera.
Amor, sentado a la puerta de la tarde
no se cansa de recordarnos la bendita mala suerte,
la noche en llamas como un árbol, como la muerte.
la imposibilidad de vivir sin armarte
descalza, con las manos en flor, susurrando en los huesos,
con la pena negra a un lado, pero sin ladrar,
abriendo a la canal la vocal herida, la que le miedo desprecia,
cayendo de pie sobre la música, esta música
que empieza cuando el crimen queda en suspenso,
y dormir es un cuento que dura todos tus labios
y la misericordia es una maldita herramienta
despreciable y sorda, que perdimos para siempre.
Te dije al empezar, cuando buscábamos astillas
que no eres un apeadero a la luz de la luna,
ni la pereza de las nubes que el rio plagia y no son tus ojos,
ni tu mirada pues no eres una avenida, ni una puerta,
ni unas lágrimas, ni un abanico,
ni un país con mapas para nadar de espaldas.
No, te dije al empezar, amiga, amigo,
que somos alambiques de las mondas, de las cáscaras,
del hollejo de los días, de las noches,
del llanto y de la impaciencia de los niños,
de la empapada derrota de querernos,
del flujo y la marea entre tus piernas y mi lengua,
que solo destilando el dolor y la tristeza, la risa
con su sexo infatigable, que solo destilando
el mar océano de la nada que nos funda,
solo destilando los escombros y las ascuas,
podemos tener, disponer del licor suficiente,
para que la fiesta, cuando todo acaba,
las almas solitarias sobrevivan hasta que llegue el alba,
y no haya que beber la negra leche.
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