martes, 17 de junio de 2014

Todo lo que diría si no lo hubiese dicho yo antes.

Todo lo que diría si no lo hubiese dicho yo antes.





Me he cortado el pelo porque no quería ser la de ayer ni la de mañana esta mañana. Con todos los chicles que llevo en la boca podría dibujar tu silueta en el suelo como si, alguien, te hubiese arrastrado por la noche de la escena del crimen a la papelera donde van a parar todos los peces que mueren. 



Me ha escuchado cincuenta veces seguidas llorar la misma canción. No le doy ninguna pena. Le he contado el final a mi película favorita para que se acabe de una puta vez.     Te he imaginado ardiendo como el maíz se convierte en palomitas. 

Llevo siete horas gritándome desde la cocina que recoja mi habitación, que ordene mi vida, que en la cama no se fuma, que me cuide, que planche aquel montón de ropa, que me tienda. Que me cuelgue. Me llevo. Y me contesto con la confianza y el desprecio que sólo una mierda de hija le puede tener a su propia madre interior: con la violencia que debía haber guardado para los que la merecían. 

No me merezco.  

Me he cruzado conmigo por la calle yendo a la misma dirección.  Cada vez que llego tarde me encuentro sentada de rodillas impaciente esperando a otro.  Lo que digo es bastante duro, pero es infinitamente más benevolente que lo que pienso.    No me subestimes, te estoy protegiendo a la manera de los cazadores: enseñándote a hacerlo conmigo.  Cómo pretendes que confíe en alguien que me deja escapar con vida.  Que no me estrangularía con sus propias manos con el único fin de que no me las pusiese encima otro.  

Me sigue aterrorizando dormir en la misma casa en la que yo estoy despierta y despertarme en la misma habitación donde me veo dormir. 

Seguro que si me dejase plantada en el altar, yo estaría esperándome con un coche en la puerta.    

Soy peor que el remedio y tú todavía quieres que te saque a bailar. De la tumba, sobre mi lápida, como si acabase de empezar noviembre y todos dijesen que es verano.

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