El fotógrafo José Ramón Vega y el poeta Víctor M. Díez continúan con su original sección creativa para TAM TAM PRESS. Se titula “CANCAMUSA” y tiene periodicidad mensual. Cancamusa es un término utilizado, con frecuencia, en el mundo de la magia y que viene a significar: dicho o hecho con que se pretende desorientar a alguien para que no advierta el engaño de que va a ser objeto. El mecanismo de la sección consiste en la propuesta, por parte de Vega, de tres de sus fotos, en principio, inconexas entre sí, sobre las que Víctor M. Díez debe escribir, improvisar, armonizar un texto que cree un trampantojo poético. Nada por aquí, nada por allá. Sin trampa ni cartón. ¿Dónde está la bolita?
Aquí va la trigésimo séptima y… última entrega. Ha sido todo un placer contar con ambos y disfrutar con esta serie mensual, y desde TAM TAM PRESS solo podemos decirles ¡GRACIAS! y que ojalá vuelvan pronto con nuevas ideas y aventuras…
The end
Fotografías: JOSÉ RAMÓN VEGA
Texto: VÍCTOR M. DÍEZ
Texto: VÍCTOR M. DÍEZ
CANCAMUSA (Diciembre 2017)
En nuestro sueño: el fotógrafo conducía con una mano mientras, con la otra, liaba hábilmente un cigarrillo. El poeta había leído aquel oscuro augurio del desaparecido: ‘Se puso a hacer dedo y le salieron ampollas’, pero no hizo caso. Él era poeta, autoestopista y creía en su suerte. El fotógrafo paró un momento en el arcén raquítico de aquella carretera secundaria. Sube, socio, le dijo. El poeta echó su bolsa en la parte de atrás y subió sin pensar. Sonaba Nick Cave, eso lo recuerdo bien. Hablamos de magia, saqué mi baraja y le hice un par de juegos. Él también tenía sus cosas, nunca le veías sacar la cámara pero, de repente, agarraba la foto por las patas como a una gallina. Nick cantaba aquello de:
¿A quién le importa lo que depare el futuro?
Una larga carretera negra, y conduzco y conduzco.
Llego a un cruce.
La noche es cálida y oscura…
Una larga carretera negra, y conduzco y conduzco.
Llego a un cruce.
La noche es cálida y oscura…
Pero exageraba. En el sueño, la carretera era estática. El coche se movía, sí, pero la carretera siempre parecía la misma, el mismo tramo, como si estuviera pintada en el marco del parabrisas. Un ciclista al que nunca conseguíamos dar alcance pedaleaba un kilómetro más adelante, un puñado de árboles que se habían acercado a saludarnos al borde de la carretera y un campo ondulado, eso era todo. Tres años estuvimos ahí.
Parecía magia.
Siempre hay una luz encendida en la casa del lago. Es un buen sitio para llevar una vida de susurros. Como si todos los caminos terminasen allí. La brisa, el crepúsculo, el vaivén del agua que mece el pantalán de los embarcaderos. Tiene algo de final esa luz, ese cielo fragmentado. Parece una carta de despedida escrita en la lana del cielo.
Queridas y queridos, esta aventura termina aquí. Queremos agradeceros vuestra mirada cómplice de estos años. Sé de quienes esperaban en la raya del mes: ver y escuchar y leer la nueva chispa del poeta sobre la yesca del fotógrafo, jugando a ser magos pobres. Una extraña pareja, una sociedad secreta sin secretos. Juegos malabares con palabras e imágenes. El mirón y el plumilla, el voyeur y el clown, el juntaletras y el tirafotos. Gracias por compartir este fueguecito de hogar.
Qué decir de esta casa, con forma y sonido de tambor africano, la que nos acogió todo este tiempo. Lo diré con las palabras de mejor poeta. Así lo escribe, basta con el título, D. Luis de Góngora y Argote en su famoso soneto: ‘De un caminante enfermo que se enamoró donde fue hospedado’. Gracias por TAMto amor, por TAMto cuidado, gracias.
TAM TAM PRESS será, para siempre, nuestra casa del lago.
Una bandada de pájaros nos saluda como una mano abriéndose y cerrándose en el horizonte. Son notas musicales esparcidas, al azar, en el pentagrama difuso que forman la espuma y la niebla. Música de una linterna intermitente. La gasa del cielo se retuerce antes de que el día deje caer los párpados. Somos dos náufragos balanceándose sobre la tela de araña de Chet Baker.
Nadie hablará de nosotros cuando hayamos desaparecido. Eso es, un golpe de viento, una puerta que no cierra bien y hace su música en la casa abandonada. La pequeña magia que era para nosotros la Cancamusina, como la suele llamar el socio Vega, será un grato recuerdo generador de otros espacios. Nuevas aventuras vendrán. Nada por aquí y nada por allá.
Sanseacabó.