Sonetos donde la preclara luz conversa con su sombra.
¿Quién me observa aquí? ¿Quién, jamás, en algún sitio,
leerá estas palabras escritas?
James Joyce
Y sin embargo duele esta neblina
de redes, cual apócrifas verdades
yo me pierdo entre finas oquedades
que el hoy nos dicta y que mi voz declina.
...y sin embargo, el humo nos obsede
nos sumerge, nos cubre, nos desplaza
sin bridas, sin tiempo, sin coraza
más allá del mañana que nos quede.
Y tú sabrás nombrar nuestro mutismo
dictado por la férrea podredumbre
de unos años ajenos al temblor
qué nos queda, si en tu falaz abismo
significo neblina y no esta lumbre
Signo y verdad proscritos de color...
No temas a la muerte promisoria
o la daga que exalta mi destino
exonera el envés que en tu camino
hoy proclama esta línea divisoria.
No temas al candil, al sitio extraño
ni al padre que bendice mi batalla
pues el humo es tu rostro cuando calla
la página febril de todo engaño.
Hoy dicto esta palabra, esta mentira
esta ausencia de acordes que no fijo
más allá del obscuro acontecer.
Hoy ya mi sombra ante tu faz expira
y mi verso no es más que aquel sufijo
que signa el universo de tu ser.
Los molinos de viento muelen viento.
Raúl Hernández Novás.
Una razón habrá, quizás exista
lugar umbrío, ajeno a toda «mancha»
un sitio que valide la revancha
del Ser que nos proscribe con su arista.
Un turbio lodazal, una avalancha
de verbos, de sintagmas perentorios
una procesión de alquitrabes dorios
donde oficie el albatros su revancha.
Alejarme sin más de esta comedia
naufragando entre islas vesperales
que cifren desde el humo su tormenta.
Alejarme de mí, del Yo que intenta
ser bufo en este circo sin fanales
que nubla tu razón, y nos asedia...
Esos reyes del cielo, torpes y avergonzados...
Baudelaire.
Sobre la tierra: inerte, tu torpeza
ignota, si proscribe nuestro adiós
hoy postrera, cifrando en cada dios
este signo que invoca la pobreza.
Gravitante, tu rostro de orfandades
dignifica el temblor de toda cruz
semejante al resquicio que la luz
sobre el humo penetra en las ciudades.
¡No más orilla! Nuestro el espejismo
de torpes criaturas sin temor
a fenecer al borde de un alud.
¡No más orilla! Plena, la quietud
del pez oficia —yerto— su estertor
en todo cauce —yerto— su mutismo.
Abyecta la penumbra nos bendice
Si calla, la penumbra: qué temblor
de voces nos proscriben el temor
al unánime espejo que maldice.
Bástenos la duda, su rostro esquivo
allí donde adeudamos nuestra fe
inmersos en la Isla del por qué
inmersos en la ruina que derribo.
Otra será la casa. Otro el sufijo.
Otra la penumbra. Otro el laberinto.
Otra mano. Si manos anhelamos...
Otro humo bastará, si naufragamos.
Otro tiempo, que ajeno a todo instinto
ya no impida el abrazo que maldijo.
Geovannys Manso Sedán © Derechos Reservados. ( Del Libro IV CONCURSO BONAVENTURIANO DE CUENTO Y POESÍA / 2008)
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