jueves, 18 de marzo de 2010

de una CARTA CABAL, de Tomas Segovia

EL BLOG DE TOMÁS
Quedémonos un rato en la poesía y la literatura. Son las actividades creadoras más afortunadas: sus obras son “de ejecución”, o sea que, a diferencia de las plásticas, son ubicuas, capaces de estar presentes a la vez en cualquier lugar y cualquier momento, puesto que son ejecutables a voluntad, aunque claro que no siempre fácilmente: una ópera de Wagner puede ejecutarse donde y cuando queramos... y podamos, porque va costar un buen esfuerzo y un buen dinero, entre otras cosas para coordinar y pagar a los ejecutantes. En cambio un poema lo ejecuta en cualquier momento cualquiera que sepa leer, o incluso sin saber leer: yo “ejecuto” a menudo poemas de Garcilaso o de Nerval sin leerlos, de memoria. O hasta de Juan Ramón Jiménez o de Cernuda, pero no se lo digas a nadie porque a lo mejor la SGAE quiere cobrarme un porcentaje por decirlos en voz alta. Una novela es más difícil de recitar de memoria, por más que ahí están los personajes imaginarios de Farenheit 451 o la nada imaginaria mujer de Mandelshtam, pero la cuestión es que una obra literaria existe cada vez que alguien la “ejecuta” aunque esa ejecución sea una lectura en voz baja para el propio ejecutante. ¿Querrá la Sociedad de Autores cobrarnos cada vez que leamos un libro, o incluso cada vez que nos acordemos de un pasaje? Pero ¿qué es lo que cobra esa Sociedad? Si un escritor publica sus escritos, es evidentemente porque quiere que lleguen a un número de lectores. Si los publica para ganar dinero no es un escritor, es un editor, aunque lo sea sólo de sí mismo. Razonamiento socrático: si una persona no vende libros, no es un editor; si una persona que escribe libros no vende libros, es un escritor; luego escribir y vender no se implican mutuamente. Como escritor, yo no trabajo para compradores, trabajo para lectores, lo cual es bien diferente: las personas que leen libros son muchas más que las que los compran. Si escribo para compradores, no actúo como escritor, sino como proveedor de libros. Como tal, puedo vender mi negocio a otro proveedor para que produzca él los libros en mi lugar. Pero el escritor como escritor no le vende nada al editor: firma con él un convenio que es a la vez una concesión y la contratación de un servicio. Olvida un poco lo que estás acostumbrado a pensar sobre estas cuestiones, o sea tus prejuicios, y ponte a pensar en estado de inocencia.




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