SALÓNICA
Era aquella noche en que soplaba el Vardar,
la proa ganaba al oleaje braza tras braza.
Te envió el primero de a bordo a sondar el agua,
pero tú te acuerdas de Smaró y de Calamariá.
Has olvidado aquella melodía que entonaban los chilenos
—san Nicolás, protégenos, y santa Marina—
Una muchacha ciega te guía, hija de Modigliani,
a la que amaba el grumete y los dos de Mármara.
Hace aguas el fore peak, se anegan las cubiertas,
pero a ti te mece un extraño mareo.
¿Con invisible tatuaje te ha marcado la española
o la muchacha que danza sobre la cuerda?
Sobre tu cama duerme una serpiente perezosa
y el mono se pasea rebuscando en tu ropa.
Aparte de tu madre nadie se acuerda de ti
en este espeluznante viaje de perdición.
El marino echa las cartas y el fogonero el dado,
y el que es culpable y no se entera, va haciendo eses.
Acuérdate de aquel estrecho bazar chino
y de la muchacha que sofocaba su llanto dentro del rickshaw.
Bajo luces rojas duerme Salónica.
Hace diez años borracha me dijiste “te quiero”.
Mañana, igual que entonces, y sin oro en las mangas,
en vano buscarás la calle que lleva a Dépot.
(de Niebla)
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