Arthur Cravan, el poeta con guantes de boxeo
Viejo, niño, estafador, granuja,
ángel y juerguista; millonario, burgués,
cactus, jirafa o cuervo; cobarde,
héroe, negro, mono, Don Juan, rufián, lord, campesino,
cazador, industrial, fauna y flora:
¡Soy todas las cosas, todos los hombres y todos los animales!
Arthur Cravan
ángel y juerguista; millonario, burgués,
cactus, jirafa o cuervo; cobarde,
héroe, negro, mono, Don Juan, rufián, lord, campesino,
cazador, industrial, fauna y flora:
¡Soy todas las cosas, todos los hombres y todos los animales!
Arthur Cravan
ANGEL SALGUERO
Poeta, boxeador, buscavidas, sobrino de Oscar Wilde y precursor de las vanguardias. Quizá Arthur Cravan no sea más que una nota a pie de página en la literatura de principios del siglo XX, pero su personalidad provocadora y el misterio que rodeó su vida y su desaparición a bordo de un barco en aguas de México en 1918 le han convertido en un personaje de leyenda.
Poeta, boxeador, buscavidas, sobrino de Oscar Wilde y precursor de las vanguardias. Quizá Arthur Cravan no sea más que una nota a pie de página en la literatura de principios del siglo XX, pero su personalidad provocadora y el misterio que rodeó su vida y su desaparición a bordo de un barco en aguas de México en 1918 le han convertido en un personaje de leyenda.
Su historia comienza en Lausana, Suiza, donde nació en 1887 con el nombre de Fabian Avenarius Lloyd. De porte imponente, con casi dos metros de estatura y 120 kilos de peso, fue expulsado de una academia militar en Inglaterra tras llegar a las manos con uno de los instructores. Se entregó después a una vida errante y cosmopolita que le llevó por diferentes ciudades europeas y de Estados Unidos. «Tengo veinte países en mi memoria», escribió, «y arrastro en mi alma los colores de cien ciudades».
Isaac Cravan, Dorian Hope, Robert Miradique, James M. Hayes… En cada lugar creaba una personalidad distinta y se empleaba en todo tipo de oficios: carnicero, leñador, profesor, recolector de fruta, falsificador. Una herencia familiar le permitió instalarse en París en 1908. Allí fue donde Fabian se transformó definitivamente en Arthur Cravan. ‘Arthur’ en homenaje a su admirado Arthur Rimbaud y ‘Cravan’ por Cravans, una diminuta población al oeste de Francia donde vivió una temporada con una de sus amantes.
Comenzó a presentarse como crítico de arte, ofreciendo caóticas conferencias en las que solía aparecer borracho y que, en más de una ocasión, concluyeron con Cravan desnudándose ante el público o amenazando con suicidarse. Con ello se ganó la admiración de artistas e intelectuales como André Breton, Marcel Duchamp o Francis Picabia.
El paso siguiente fue crear su propia revista, a la que llamó ‘Maintenant’ (Ahora). En los cinco números que se publicaron entre 1912 y 1915 Cravan escribió prácticamente todos los artículos, utilizando diversos seudónimos. También vendía él mismo los ejemplares, empujando un enorme carrito por las calles de París.
Como escribe María Luisa Sanjuán Iriarte, ‘Maintenant’ no perseguía «ningún tipo de rigor informativo ni deontología periodística». Su valor, afirma, residía en su «crítica despiadada»: «El subjetivismo de Cravan anunciaba sin saberlo todos los ‘ismos’ que vendrían después: Dadaísmo, Surrealismo, Futurismo…». Ese afán provocador y nihilista llegó a su máxima expresión en el cuarto número de la revista, dedicado a la exposición del Salón de los Independientes de 1914, sobre la que vertió sus comentarios más ácidos.
Su crítica de un autorretrato de la pintora Marie Laurencin, a quien sugería que se introdujera cierto objeto en cierta parte, provocó la ira de su amante, el poeta Guillaume Apollinaire, que le retó a un duelo. Cravan se salvó del enfrentamiento al ofrecer una disculpa a medias y maquillar, muy levemente, su comentario original: «He aquí una que necesita que se le levanten las faldas y se le meta una gran astronomía en el Teatro de Variedades».
Con el resto de artistas no fue mucho más benévolo: «Pintamonas de horribles caretos, pintamonas de pelo largo y de pelo corto… Dentro de poco, en la calle, no veremos más que artistas y tendremos dificultades para encontrar un hombre». Su ira se dirigió también hacia intelectuales como el escritor André Gide, de quien dijo: «El señor Gide no parece un hijo del amor, ni un elefante, ni varios hombres: parece un artista. Su osamenta no es nada notable; sus manos son las de un vago, muy blancas ¡pardiez! Su porte traiciona a un prosista que nunca podrá hacer un verso».
Uno de sus poemas, también publicado en ‘Maintenant’, ofrece las claves de su actitud desafiante:
«Todo contra el mundo
hasta el corazón
hasta la vida misma
si valiera la pena morirla».
hasta el corazón
hasta la vida misma
si valiera la pena morirla».
Tras el estallido de la Primera Guerra Mundial, Cravan abandonó París para evitar ser reclutado. Pasó por las islas Canarias y acabó en Barcelona, donde vivió cerca de un año, aunque su intención era cruzar el Atlántico y llegar a Nueva York. Pero para ello necesitaba dinero… y un plan.
Aprovechó su fama de boxeador profesional —llegó a venderse como campeón de Francia de semipesados, aunque al parecer nunca había competido— y organizó (‘amañó’ sería, tal vez, un término más correcto) una pelea con el entonces campeón del mundo Jack Johnson. El acontecimiento tendría lugar en la plaza de toros Monumental de Barcelona el 23 de abril de 1916, con un premio de 50.000 pesetas en juego (que los dos habrían acordado repartirse, pasara lo que pasara). La ciudad se empapeló de posters anunciando la velada mientras los medios seguían de cerca la preparación de Cravan.
El día del combate, el poeta se presentó al parecer completamente borracho y, de los veinte asaltos anunciados, aguantó seis antes de desplomarse sobre la lona. Según contaron los cronistas, Johnson alargó la agonía de su rival más que nada por obligación, ya que la pelea se estaba filmando. Al final, ambos consiguieron su parte del trato y Cravan pudo embarcar en el transatlántico Montserrat, con rumbo a Nueva York.
Entre los pasajeros que abandonaron con él Barcelona el 16 de diciembre de 1916 se encontraba León Trotski, quien en su biografía se refirió a Cravan como «un boxeador y literato ocasional, primo de Oscar Wilde, que confesaba francamente que prefería demoler la mandíbula de los señores yanquis, en un deporte noble, a dejarse hacer pedazos por un alemán».
«¡Nueva York! ¡Nueva York! ¡Deseo habitarte!». Fascinado por la energía de Manhattan, Cravan se introdujo en las vanguardias artísticas e intelectuales como representante de los movimientos europeos más transgresores. En abril de 1917, Marcel Duchamp le invitó a dar una conferencia en el Grand Central Palace. Causó sensación y la policía se lo llevó a rastras, borracho, medio desnudo e increpando a los asistentes.
Poco tiempo después, en otro encuentro de artistas e intelectuales, conoció a la que sería el amor de su vida, la británica Mina Loy, según William Carlos Williams una de las poetas más importantes de su generación. Contrajeron matrimonio en 1918 y se trasladaron a México, donde vivían del escaso dinero que Cravan conseguía dando clases de boxeo y de las performances que ambos organizaban al aire libre.
En septiembre de ese mismo año la pareja tomó la decisión de afincarse en Buenos Aires. Sólo tenían dinero para un pasaje así que mientras Loy, embarazada, se embarcaba, Cravan alquiló un pequeño pesquero que él mismo habría de conducir hasta la costa argentina. Fue la última vez que se tuvieron noticias suyas, ya que tanto él como el barco desaparecieron sin dejar rastro. Tenía 31 años.
Mina le esperó durante meses en Buenos Aires, desesperada ante la falta de noticias y los nulos resultados de la investigación policial. Finalmente se dio por vencida y regresó a Inglaterra, donde nació Fabienne, la hija de ambos.
Philippe Soupault, uno de los fundadores del Surrealismo, le dedicó este epitafio:
«Los mercaderes de las cuatro estaciones han emigrado a México
Viejo boxeador has muerto allí
Y ni siquiera sabes por qué
Gritabas más fuerte que nosotros en los palacios de América
Y en los cafés de París
Nunca te miraste en un espejo
Pasaste las vacaciones en el hospital
¿Qué vas a hacer al cielo, viejo?
Ya no tengo nada que esconderte
El Sena aún corre ante mi ventana
Tus amigos son muy ricos
Me muero por fumar».
Viejo boxeador has muerto allí
Y ni siquiera sabes por qué
Gritabas más fuerte que nosotros en los palacios de América
Y en los cafés de París
Nunca te miraste en un espejo
Pasaste las vacaciones en el hospital
¿Qué vas a hacer al cielo, viejo?
Ya no tengo nada que esconderte
El Sena aún corre ante mi ventana
Tus amigos son muy ricos
Me muero por fumar».
Punto final a la historia de Arthur Cravan… ¿o no?
Se dice que tres años más tarde, en torno a 1921, comenzaron a circular por París, Londres y Dublín manuscritos falsificados atribuidos a Oscar Wilde. Las cartas que recibieron libreros y tratantes ofreciendo dichos documentos estaban selladas en París y venían firmadas por ‘Monsieur André Gide’, ‘Dorian Hope’, ‘Sebastian Hope’ o ‘B. Holland’. El auténtico Gide estaba convencido de que se trataba de Cravan. Según su biógrafo Roger Conover, «si las sospechas son ciertas, entonces Cravan habría seguido en circulación bien entrada la década de los 20».
Pero si alguien no le olvidó fue Mina. Muchos años después de su desaparición, preguntada por cuál había sido el momento más feliz de su vida, contestó: «Todos los momentos pasados con Arthur Cravan». El más desgraciado, «el resto de mi vida».
Texto completo de ‘Arre’, el poema de Arthur Cravan que abre este artículo:
¿Qué alma disputará mi cuerpo?
Oigo la música:
¿me arrastrará?
Me gusta tanto el baile
y las locuras físicas
que siento con evidencia
que, de haber sido jovencita,
habría acabado mal.
Pero desde que estoy sumergido
en la lectura de esta revista ilustrada
juraría no haber visto en mi vida
fotografías más asombrosas:
el océano perezoso meciendo las chimeneas.
Veo en el puerto, sobre el puente de los vapores,
entre mercancías imprecisas,
mezclarse los choferes con los marineros;
cuerpos pulidos como máquinas,
mil objetos de la China,
las modas y las invenciones;
luego, dispuestos a atravesar la ciudad,
en la suavidad de los automóviles,
los poetas y los boxeadores.
¿Cuál es esta noche mi error?
¿Que entre tanta tristeza
todo me parece bello?
El dinero que es real,
la paz, las vastas empresas,
los autobuses y las tumbas;
los campos, el deporte, las queridas,
hasta la vida inimitable de los hoteles.
Quisiera estar en Viena y en Calcuta.
Tomar todos los trenes y todos los navíos,
fornicar con todas las mujeres y engullir todos los platos.
Mundano, químico, puta, borracho, músico, obrero, pintor, acróbata, actor;
viejo, niño, estafador, granuja, ángel y juerguista; millonario, burgués, cactus, jirafa o cuervo;
cobarde, héroe, negro, mono, Don Juan, rufián, lord, campesino, cazador, industrial,
fauna y flora:
¡soy todas las cosas, todos los hombres y todos los animales!
¿Qué hacer?
Probaré con el aire libre,
¡quizás ahí podría prescindir
de mi funesta pluralidad!
Y mientras la luna,
más allá de los castaños,
unce sus lebreles
e, igual que un caleidoscopio,
mis abstracciones
elaboran las variaciones
de los acordes
de mi cuerpo,
que mis dedos pegados
a la delicia de mis llaves
absorben frescos síncopes,
bajo mociones inmortales
mis tirantes vibran;
y, peatón ideal
del Palais-Royal,
me embriago de candor
incluso con los malos olores.
Repleto de una mezcla
de elefante y de ángel,
lector mío, paseo bajo la luna
tu futuro infortunio,
armado con tanta álgebra
que, sin deseos sensuales,
entreveo, fumadero del beso,
coño, mamada, agua, África y descanso fúnebre,
detrás de las persianas tranquilas,
la calma de los burdeles.
Bálsamo, ¡oh mi razón!
Todo París es atroz y odio mi casa.
Los cafés ya están oscuros.
Sólo quedan ¡oh mis histerias!
los claros establos
de los orinales.
Ya no puedo seguir quedando fuera.
Ésta es tu cama; sé tonto y duerme.
Pero, último inquilino
que se rasca tristemente los pies,
y, aunque cayendo a medias,
si yo oyese sobre la tierra
retumbar las locomotoras,
¡cuán atentas podrían volverse mis almas!
Oigo la música:
¿me arrastrará?
Me gusta tanto el baile
y las locuras físicas
que siento con evidencia
que, de haber sido jovencita,
habría acabado mal.
Pero desde que estoy sumergido
en la lectura de esta revista ilustrada
juraría no haber visto en mi vida
fotografías más asombrosas:
el océano perezoso meciendo las chimeneas.
Veo en el puerto, sobre el puente de los vapores,
entre mercancías imprecisas,
mezclarse los choferes con los marineros;
cuerpos pulidos como máquinas,
mil objetos de la China,
las modas y las invenciones;
luego, dispuestos a atravesar la ciudad,
en la suavidad de los automóviles,
los poetas y los boxeadores.
¿Cuál es esta noche mi error?
¿Que entre tanta tristeza
todo me parece bello?
El dinero que es real,
la paz, las vastas empresas,
los autobuses y las tumbas;
los campos, el deporte, las queridas,
hasta la vida inimitable de los hoteles.
Quisiera estar en Viena y en Calcuta.
Tomar todos los trenes y todos los navíos,
fornicar con todas las mujeres y engullir todos los platos.
Mundano, químico, puta, borracho, músico, obrero, pintor, acróbata, actor;
viejo, niño, estafador, granuja, ángel y juerguista; millonario, burgués, cactus, jirafa o cuervo;
cobarde, héroe, negro, mono, Don Juan, rufián, lord, campesino, cazador, industrial,
fauna y flora:
¡soy todas las cosas, todos los hombres y todos los animales!
¿Qué hacer?
Probaré con el aire libre,
¡quizás ahí podría prescindir
de mi funesta pluralidad!
Y mientras la luna,
más allá de los castaños,
unce sus lebreles
e, igual que un caleidoscopio,
mis abstracciones
elaboran las variaciones
de los acordes
de mi cuerpo,
que mis dedos pegados
a la delicia de mis llaves
absorben frescos síncopes,
bajo mociones inmortales
mis tirantes vibran;
y, peatón ideal
del Palais-Royal,
me embriago de candor
incluso con los malos olores.
Repleto de una mezcla
de elefante y de ángel,
lector mío, paseo bajo la luna
tu futuro infortunio,
armado con tanta álgebra
que, sin deseos sensuales,
entreveo, fumadero del beso,
coño, mamada, agua, África y descanso fúnebre,
detrás de las persianas tranquilas,
la calma de los burdeles.
Bálsamo, ¡oh mi razón!
Todo París es atroz y odio mi casa.
Los cafés ya están oscuros.
Sólo quedan ¡oh mis histerias!
los claros establos
de los orinales.
Ya no puedo seguir quedando fuera.
Ésta es tu cama; sé tonto y duerme.
Pero, último inquilino
que se rasca tristemente los pies,
y, aunque cayendo a medias,
si yo oyese sobre la tierra
retumbar las locomotoras,
¡cuán atentas podrían volverse mis almas!
FUENTES:
Las vidas misteriosas de Cravan por Vicente Molina Foix (El País, 17 de agosto de 2008)
Arthur Cravan, la provocación en El desván de la sopa.
The Lyrical Heavyweight por Dan Fox (Frieze magazine, septiembre de 2001)
The Provocations of Arthur Cravan por Andy Merrifield (The Brooklyn Rail, 1 de junio de 2004)
Arthur Cravan, la provocación en El desván de la sopa.
The Lyrical Heavyweight por Dan Fox (Frieze magazine, septiembre de 2001)
The Provocations of Arthur Cravan por Andy Merrifield (The Brooklyn Rail, 1 de junio de 2004)
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