lunes, 18 de enero de 2010

Uberto Stabile dos poemas


LA OTRA ORILLA, REVISTA

Ahora hablaré sobre Uberto Stabile y su más reciente libro publicado en México: Tatuaje, editado por Atemporia, de Saltillo, Coahuila. Una antología que es a su vez una síntesis de Habitación desnuda (1977-2007), Ediciones baile de Sol, Tenerife, Islas Canarias, 2008.

Uberto Stabile
Viene a cuento hablar de Uberto en ese contexto de los Bicentenarios porque es uno de esos personajes un tanto descolocados de su propia realidad, la española. De esa España que se volcó hacia Europa y experimentó una vertiginosa transformación cultural que implica un ejercicio del olvido no sólo de los traumas, sino de la historia y sus hermanos. Uberto es, pues, en contrasentido, un agente cultural que se descubre a sí mismo no en el pasado, sino en el presente de Iberoamérica. Un promotor y constructor de puentes entre las dos orillas que hablan un mismo y diferente idioma. Sí, es un escritor, un poeta que insiste en poner en circulación los nombres y las obras de otros de aquí y de allá, sobre todo de los que no tienen un espacio oficial o un nicho de ventas específico. Preocupado o motivado por esa idea, Stabile suele abandonar su propia obra literaria, pero no tanto. Este libro es una muestra de ello.



Uberto Stabile: Las bellas palabras prohibidas
Hijo adoptivo de Huelva, nacido en Valencia, de ascendencia italohispana Uberto es un viajero irredento y un migrante de espíritu, pero no de principios. De eso habla Tatuaje y Habitación desnuda de principio a fin.

Uberto escribe en Distrito Marítimo, 1977-1981, es decir, un adolescente, con ese tono beat nick que no sólo no ha abandonado, sino que pule y perfecciona a base de un oficio que es una forma de vida en la carretera, los aviones, los viajes, la inconformidad, la incertidumbre. Uberto nos relata, en ese primer tramo de Tatuaje, la emoción de una época marcada por el final de la dictadura franquista y la presencia de la sexta flota norteamericana en tierras ibéricas, de apertura y despertar en un país atribulado por la represión y el deseo contenido de amar en libertad, de moverse y realizarse en una democracia, de transformarse como sociedad adulta en un horizonte de posibilidades culturales. No hay un país, que yo conozca, con una transformación tan rápida como la de España. No sólo por su elevado bienestar que deja atrás los recuerdos de la migración hispana hacia países europeos en busca de empleos mal pagados, sino por su composición cosmopolita, determinada ahora por la migración de naciones pobres de Africa, Asia, Europa del Este y América Latina, además de una transición cultural que ha hecho de ese país un universo de posibilidades creativas, incluso deportivas. Desde esa época viene la poesía de Uberto, identificándose con un mundo alternativo a su propio hábitat, es decir, un mundo íntimo, que está en movimiento, en constante cambio, porque está en él, es una comunidad que va con él todas partes. Recoge los residuos de los años sesenta, de la revuelta del prohibido prohibir, hasta la posmodernidad que enarbola la suma de todo y de todas con su evidente exclusión de esos todos y todas que están del otro lado de las fronteras y los muros, del miedo de quienes siguen, como dijera Coetzee con el título de su novela “Esperando a los bárbaros”.

La poesía de Uberto no está, desde mi punto de vista, forjada en la insumisión o la rebeldía, sino en la defensa del amor, en la busca de posibilidades para evitar que Caín siga matando a Abel, o éste amenace con matar a Caín. Esa búsqueda no es un canto rosa, es, por el contrario, un discurso ácido, con chispazos de humor, mordaz, elástico y contundente en su objetivo. Tiene, sí, algo de la poesía de la experiencia tan cultivada en su país, pero se deslinda con su capacidad de llevar la anécdota a territorio del lenguaje. Allí donde la palabra halla nuevos significados porque se desmarca de lo predecible y sensiblero. No pretende impresionar con la historia sino con la fuerza de las palabras, con su disposición y los efectos de voces que chillan o cantan, dialogan o gritan, escupen o bendicen. Son por lo general poemas redondos en su factura, estructurados a base de emoción y juegos verbales, oximorónicos, burlones, semánticos: como el título y el cuerpo del poema “Dice Gillepie” en lugar de Dizzy Gillespie, ese trompetista, comparsa del saxofón de Charly Parker: "Dice Gillespie que la muerte no es lo peor, / que no es el dolor la mejor escuela / ni el hambre nos convierte en héroes."

En la poesía de Stabile se advierte un relato, no de la historia de un país, de una comunidad, sino de su propio imaginario. En poemas como “Hermosas escenas de la noche”, los acontecimientos urbanos se suceden con una sintaxis frenética, de cláxones y marquesinas, de anuncios y trasiegos que sugieren películas gringas, más que ciudades españolas de los años ochenta, donde el olor de la morcilla y el chorizo entran por los ojos y los poros. Ciudades habitadas por Uberto antes o después de la escritura, ciudades biográficas y colectivas; urbes nocturnas con atmósferas estridentes. El contraste es notable si uno conoce a Uberto, de apariencia diurna y transparente.

En esas ciudades deambulan Kerouak, Ginsberg, Leonard Cohen, Lou Reed, Bob Dylan, Jean Seberg, y más de una vez se atraviesan con aluciones al paisaje y la historia de México. De este país tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos. Son ciudades de la noche, reinos de la oscuridad iluminados con luz eléctrica.
“Duermes, me gustaría ser el sol, que nace/ ensortijado en serpientes mexicanas alrededor del mundo / y verte, y sigo subiendo por esa interminable avenida.” o "Tócame obscenamente / como si fuera un muchacho de paja / encerrado en una botella."
Más adelante, insiste en esta iconografía cultural: “Escucho al viejo Ginsberg, al viejísimo Whitman/ aullar por las praderas de México/ como lobos solitarios.” ( “Visiones de Dean Moriarty”) para concluir como un muchacho sabio, como viejo lobo de mar que le suelta a la amada un pesado fardo en la cabeza:
“Y únicamente existirá ese saber ser en dónde está/ la conciencia de que ya nada seremos.”
Ese joven poeta ya nos habla con trascendencia montado en la moto de la caducidad, en una edad en que se piensa en la muerte, pero no se teme. Escribe como al desgaire, dejando poemas para cantar, para resistir la aleación de la música. Como lo hace Leonard Cohen o Lou Reed, Dylan o Boris Bian… Serrat, quizás.

Empire Eleison (1984-2000) no es un divorcio de su primera etapa juvenil, sino un periplo a través de experiencias literarias o biográficas más cercanas a la melancolía y la desesperanza, es decir, pegadas al hueso. El lirismo de su escritura se entrevera con un ímpetu contestatario, muy lejos de la protesta y el panfleto, pero con una afán de comunicar y expresar estados de ánimo, situaciones personales a través de las cuales se lee la condición de su entorno, del mundo, de una España que anuncia cambios y progreso, que poco a poco olvida su pobreza y su tragedia, su pasado inmediato. Desde esa perspectiva, la poesía de Uberto no es una poesía de búsqueda, sino un discurso de la búsqueda, que nos comunica la experiencia del tránsito y esa estación que nunca llega, pero se vive en cada parada.

“Cuando muera en septiembre en tu jardín / –como se muere siempre que se ama– / no te ruborices y piensa / el tiempo que tardamos en vivir / sin llegar a comprender la muerte.”
En esa demanda amorosa hay una utopía que se ciñe a su tendencia natural de negar lo que se afirma, dudar de la misma certidumbre: “Bésame en estos labios/ secos del verso, / poética de la carne/ donde no caben metáforas,/ donde pronunciar la noche/ exige tanta paciencia/ como fe requiere nuestra existencia”. (“Bésame”). No obstante que se posee y se es poseído hay en los versos una fuerte carga de escepticismo, de pesimismo indispensable para creer o para afirmar que se debe creer en la sobrevivencia. A diferencia de Cioran que se declara más allá del escepticismo y de la insatisfacción para negarle espacio a la esperanza, a la inconformidad, Uberto se reafirma en la rebeldía al orden, en la insumisión, para enfrentar sus propios demonios y descubrir caminos diferentes a los que dicta el Statu quo, para aliarse a las huestes oscuras y asumir el mal como una fuerza del bien y de la esperanza. ("Vidas rebeldes").

Tatuajes pues que deja el desenfreno y el exceso, el desaliento, ya no en los muertos, sino en los sobrevivientes, en quienes dar, ofrendar, no es pincharse el horror y la fantasía en todo el ego. Marcas en la escritura y en la memoria.


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