Anotaciones sobre Los refugios de la memoria
/por José Luis Cancho/
Afirma Soren Kierkegaard: para vivir la vida hay que mirar hacia delante, para entenderla hay que mirar hacia atrás. Es en ese cruce de tiempos donde sustenta la escritura de Los refugios de la memoria. La memoria es una dimensión del presente, al igual que lo colectivo es una dimensión de lo individual. Memoria e imaginación están íntimamente unidas. Ya lo afirmaban los griegos con su perspicacia habitual: las Musas, las divinas inspiradoras de las Artes, son hijas de Mnemosine, es decir de la Memoria. Recordar es poetizar. Poetizar es crear. Crear es fundar. En Los refugios de la memoria se funda un yo a partir de la búsqueda tanto de un territorio primigenio, como de lo que yace oculto bajo el peso y las señales del tiempo: se mide el tiempo en sus heridas, que no distan mucho de las cosas delicadas. La memoria es en rigor nostalgia, deseo de encontrarse como en casa en todas partes, sostiene Novalis. Pero, más allá de la nostalgia y de la utopía —que son, según Susan Sontag, los dos polos del sentimiento moderno—, lo que se impone en Los refugios de la memoria es la conciencia de los límites de la propia existencia. Una autobiografía, así concebida, consiste más en una indagación en la memoria personal, que en la recuperación anecdótica del pasado.
Cuando miramos con atención nos ponemos por entero en lo mirado. O dicho con palabras de Platón en El Timeo: el que contempla se hace semejante al objeto de su contemplación. En el caso de las autobiografías, la mirada y aquello que se mira pertenecen al mismo sujeto, lo que obliga al autor a desdoblarse en sujeto activo y pasivo a la vez. Ese rasgo característico de las autobiografías tiene mucho que ver con las imágenes especulares, uno habla de sí mismo como si hablase de otro, como si se tratase de un objeto exterior a uno mismo, un poco a la manera en que los pintores se contemplan para trazar un autorretrato. Este desdoblamiento es lo que facilita la desnudez, el riesgo, la búsqueda de la verdad más íntima.
Pero todo esto que intento explicar aquí, lo dice mucho mejor Osip Mandelstam en un breve poema:
Animal mío, época mía¿quién podrá mirarte a los ojos?Cruel y débil mirarás atráscon la sonrisa de un imbécil:un animal que antes podía corrermirando ahora sus propias huellas.
Extracto
Los refugios de la memoria
Soy taciturno. Salvo en la actividad política y en los viajes no he sido precoz en nada. Fui un niño pasivo. Viví lleno de furia mi adolescencia y juventud. Me atraen los extrarradios de las ciudades, los márgenes en la literatura. El sentimiento de extrañeza es una constante en mí. Me atrae la invisibilidad, el anonimato. El espíritu de secta me produce sentimientos encontrados, me atrae y me repele al mismo tiempo. El límite entre mi vida real y mi vida ficticia es difuso. Todos los que he sido están ahí, al acecho. Todos los que he imaginado también están ahí. He amado la luz, las mañanas, los días al sol; ahora, al contrario que en el poema de Borges, busco los atardeceres, la penumbra, la oscuridad. La vida es más insólita a medida que envejezco. El que fui me resulta cada vez más misterioso.
Me gusta conversar con otra persona a solas. En grupo tiendo a guardar silencio. Me irrita oír cantar en vibrato. En quince años he publicado cuatro novelas; antes pensaba que eran muy pocas, ahora no estoy tan seguro. No reconozco mi letra: de tanto escribir al ordenador he perdido destreza para hacerlo a mano. Prefiero la ropa usada. Un mosquito puede amargarme la noche. Me relaja pasear por los cementerios. No he vuelto a entrar en una peluquería desde que era niño. Mi infancia estuvo atravesada por todos los miedos. No fui un niño feliz. El mundo que bullía a mi alrededor era tan descarnado, tan abrupto, que vivía permanentemente anonadado.
Nunca he tenido cámara de fotos. Apenas conservo un puñado de fotografías que me han regalado los amigos. “Una fotografía no es una reproducción sino la acción devastadora del tiempo, pues todas las fotografías están tomadas por la muerte”, escribió Juan Benet. La mayor parte de mis recuerdos los fío a la memoria. Con cada cambio de casa me he desprendido de lo acumulado: cartas, libros, ropa, muebles… La pobreza está íntimamente relacionada con la desmemoria. No hay objetos que ayuden a contrarrestar el olvido. Me gusta estar ilocalizable. Sueño con desaparecer en un país donde nadie me conozca.
Los refugios de la memoria
José Luis Cancho
papelesmínimos ediciones, 2017
96 páginas
15.00 €