jueves, 3 de noviembre de 2016

UROGALLO / Crónica / “Apuntes” sobre el I Festival de Poesía Expandida | Tam-Tam Press

UROGALLO / Crónica / “Apuntes” sobre el I Festival de Poesía Expandida | Tam-Tam Press





APUNTES SOBRE UROGALLO

“Si los poetas no cantasen,
el mundo parecería un teatro vacío”

 Por GABRIEL QUINDÓS
El novelista y guionista de cine Gabriel Quindós escribe la crónica de UROGALLO, I Festival de Poesía Expandida, que se celebró en León del 28 al 30 de octubre de 2016, con once espectáculos repartidos por escenarios de toda la ciudad y una sección OFF (el OLLAGORU) en los que la poesía se entretejió con la música, el teatro, el happening y otras artes de la provocación. Organizado por la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de León, el programa estuvo comisariado por la asociación UAW/MF y producido por Producciones Infames
VIERNES 28 DE OCTUBRE18:00 h Explanada del MUSACA golpe de bardo. TEATRO EL MAYAL – ULE
Espectadores y actores mezclados en un espacio público. Pasan los minutos y aún no se discierne quiénes son de los primeros y quiénes de los segundos. Un joven de traje y corbata se encarama a lo alto del remolque del camión empotrado contra la fachada del Musac y declama unos versos. De manera escalonada, se desenmascaran otros de los actores participantes en la acción poética, camuflados hasta entonces de meros asistentes. Un moderno trovador, acompañado de una guitarra, deambula en busca de quien lo escuche. Una mujer deja caer unas manzanas y lamenta la suerte de los cómicos. Una rockera, litrona de cerveza en mano, desgrana el sino de los desheredados. Un hombre, con un arma de fuego de atrezo, somete a una esclava. Hay más que abandonan las filas de los mirones: una ninfa, una mujer que clama por el pueblo judío, una chica que dispara con una inofensiva pistola de agua. Transitan entre el público; recitan de cerca, mirando a los ojos. De la boca de todos ellos salen versos de ShakespeareHamletRicardo IIINoche de reyes.
Un director de teatro, Javier R, de la Varga, suspira por ser invisible. Con mano delicada, consigue que todos acabemos encajonados en un recoveco del edificio.
Irrumpe en la explanada un coche que escupe una música estridente y un torrente de humo. Semiocultas entre la tiniebla artificial, Andrea e Inés se baten en un duelo verbal cargado de ruido y furia. Cuando comienza a despejarse la cortina de niebla, se escuchan unas palabras que quizá sean el mejor resumen de los afanes que despuntarán a lo largo de los próximos días:
“Si los poetas no cantasen, el mundo parecería un teatro vacío”.
De poblar de versos las butacas soñolientas del teatro del mundo trata Urogallo.
18:15 h Sala 6 del MUSACSer no representable. ACÉFALO NARCISO TEATRO
El escenario es un almacén de obras de arte. Lo suponemos, porque todas permanecen embaladas en sus cajas y, como corazas que protegieran su intimidad, nada atisbamos sobre su contenido. Los actores, Manuel AO y Javier R. de la Varga, desplazan esos custodios para instalar el decorado escénico a la vez que, casi imperceptiblemente, comienza la representación o, en esta singular propuesta, la negación de la misma.
Los textos de Víctor M. Díez contravienen la narrativa convencional al retratar al hombre. En quien se hace preguntas, el pensamiento fluye desatado, esquivo, deshilachado, imposible de apresar o de mantenerlo sujeto a un rumbo. Todo conocimiento que se refiere a uno mismo es fragmentario.
Bajo estas premisas que pudieran desprenderse de lo escuchado, los actores recorren las obsesiones que aprisionan a uno. Estas afloran sin andamiaje académico; los recuerdos se pierden, se incendian, se embrollan, se desvanecen, travesean perdidos sin el sosiego de hallar el bálsamo de una conclusión, tan solo un sumario de confusiones. El hombre como el disturbio de unos pedazos rotos imposible de sellar, de dotarles de una forma redonda, cómoda, reconocible.
“La palabra en sus ovillos”, se pronuncia: el discernimiento enmarañado que habita en el territorio del caos.
¿Es teatro?, ¿es performance?, ¿es poesía? Tratándose de Víctor M. Díez y de Acéfalo Narciso, solo cabe hablar de lo permeable, lo difuso, lo que no se deja definir ni acotar. Una búsqueda de lo indecible.
20:30 h Salón de actos Alfonso VBlues castellano. COVA VILLEGAS y DELTA GALGOS
Este cronista, maniatado por obligaciones contraídas con anterioridad, cometió el pecado de ausentarse de esta representación. Cedo la palabra y el espacio a G. Arenas:
“Es la tercera vez que Cova Villegas y Delta Galgos llevan a escena los poemas-blues de Gamoneda, restituyéndoles las notas y el ritmo de los blues más auténticos, devolviéndoles al ámbito originario que sirvió de inspiración al poeta para construir, sobre esa música, un relato sobre la realidad del largo periodo teñido de injusticia, pobreza y hambre que fue la España del tardofranquismo. Es la tercera vez que lo escucho y cada vez me gusta más.
En el espacio de dos años largos el espectáculo ha ido ganando en profundidad, al indagar en la sonoridad única de cada una de las nueve canciones (poemas) sobre las que han trabajado estos tres grandes músicos leoneses. Gonzalo Ordás Marcos Cachaldora —un curioso y delicado dúo de guitarristas, investigadores del “Delta Blues” y el “Memphis Blues” del sureste estadounidense— se complementan a la perfección y abordan el blues como si fuera una música propia. No solo acompañan la voz honda y llena de registros de Cova Villegas, sino que también ponen su voz a algunos poemas, logrando entre los tres versiones desgarradas y memorables.
Durante una hora el público disfrutó de un concierto cargado de emoción, y en la penumbra del salón de actos algunas pieles como la mía se erizaron, mientras una tristeza melancólica y rebelde se posaba en los corazones. Al salir a las calles vacías, ya de noche, alguien seguía tarareando bajito que el mundo es grande… / dentro de una casa —el mundo es grande— / no es bueno que haya tanto sufrimiento…”
23:00 h Palacio del Conde LunaViaje a lo remoto. NEØNYMUS
En el escenario, unos candelabros con las velas encendidas, un tronco seco que se rescató de un barranco y unos ingenios electrónicos anuncian que, en torno a esa sencilla escenografía de revestimientos antiguos, se armonizará el instrumento de música más viejo del mundo ―la voz― con las más modernas tecnologías.
Descalzo, con ropa holgada monocromática que parece provenir de un antiguo telar y una barba de apóstol pintado en el Barroco, tiene Silberius de Ura un aire a anacoreta. Bien pudiera ser un estilita que descendiera de su columna para destapar los sonidos que inundan su cabeza allá en atalaya corintia.
Silberius le gusta conversar con el público, reseñar retazos de biografía, alumbrar el origen de sus composiciones, ubicarnos en las épocas pasadas que las avivan, hablarnos de los idiomas inventados en los que escribe unas letras indescifrables que al musicarlas se empapan de sentidos. Con humor y calidez, enarbola el imaginario de una era primitiva.
Las piezas llegan como el soplido que ulula en los recovecos de una cueva o como los rumores del corazón de un bosque envuelto en la bruma. Todo nace en vivo. Los aparatos electrónicos graban lo recién creado; la percusión de unos huesos sobre el tronco de madera, un silbido de un viento lejano simulado por unos labios prietos, las primeras estrofas entonadas, todo ello se suma y se repite hasta erigir una polifonía de sonidos que envuelven al oyente y conquista el auditorio. Alguien que careciera de visión del escenario podría pensar que sobre las tablas se concentra una nutrida banda. Un solitario creador se basta para tejer un complejo muro, dúctil y subyugante, de voces y armonías.
Algunas de sus canciones sugieren paisajes de tundra de hielos quebradizos, de derrumbe de lengua de glaciar, de tormenta en angostos fiordos; otras apuntan al crepitar de la hoguera que prendía el hombre de las cavernas, a la celebración profana de una cacería, a los primeros gritos del ser racional que quiso comprender la condición humana; alguna suena a tañido de piedra en páramo de gélidas noches, al cántico que quebraría el silencio en un vasto territorio despoblado de horizontes inabarcables, a aullido incontenible que violentara las paredes de un monasterio. Todas ellas evocan rumores de tierra, aire y fuego, y sobre estos elementos se eleva la voz, melódica y profunda, del hombre en trascendente diálogo con los misterios del mundo y la naturaleza.
1:00 h UAW/MFLas sesiones de Pi. ILDEFONSO RODRÍGUEZ y RUBÉN DÍAZ
El saxofón suena mejor pasada la medianoche. Hay versos que parecen necesitar ser pronunciados cuando se doblega al sueño. Y hay lugares, como el local de Pi, que nacen como fábricas de emociones e ideas.
Ildefonso Rodríguez tiene un saxofón con baño de plata, Rubén Díaz de oro. De estos dos saxos tenores solo cabe esperar lo inesperado. Ninguno sabrá a ciencia cierta qué caminos tomarán las notas que emergen de sus pulmones, o las que descarga el theremín que toca con mano diestra Idelfonso. La partitura solo marca la hoja de ruta por la que abandonarse, dejarse llevar, perderse y, más tarde, asistir al prodigio de reencontrarse en el tempo justo.
“Sin orden ni concierto, las cosas nos vienen sin propósito ni causa”, nos dice Ildefonso.
Los versos de Ildefonso distan de ser un contrapunto. Las palabras tienen vida propia y, a su vez, se engarzan con la música enriqueciendo las lecturas de ambas hasta conformar una misma composición. Para relatar lo sucedido, hurto imágenes y palabras acerca de la música robadas del poemario de Ildefonso Rodríguez Inestables, intermedios: “Un tocar errático. Improvisación guiada por la ocurrencia, el aguijón del momento, la tentativa. Sin premeditación (esto es lo fácil, esto es alivio)”, “Unas veces más abstracto, otras veces más figurativo. O así”, “Imágenes eidéticas, músicas en espiral: Yo no toco progresiones (de acordes), yo toco remolinos, suelo decir”. Concordarán conmigo en que nada que mejore lo anterior puedo añadir.
El oyente percibe más armonía de la que se presume en estos “fraseos merodeantes” en los que la música se espejea en las volutas de humo de un cigarrillo, en trémulo papel de fumar en día ventoso. Improvisa quien puede, no quien quiere. Es un don. Por las venas de ambos fluye un caudal de música.
SÁBADO 29 DE OCTUBRE13:30 h Mercado del Conde LunaSin Título. BELZOG
Un puesto en el mercado del Conde Luna. Un carnicero vocea las bondades de sus productos de casquería: mollejas de verso, poesías para parrilla, costillas de antología. En los mostradores se apilan los libros. Algún temerario cliente se arriesga a pedir cuarto y mitad de pareados. Cuchillo en mano, Genzo P., el alto y bien ataviado carnicero, filetea unas rimas y cumple con el encargo. Muy pronto se reúnen los habituales del mercado atraídos por la ofertas, a tanto el kilo, de poemarios de temporada. Algunos se interesan por los versos deshuesados, que dan más sabor a los caldos. Otros, quizá apenados, se inclinan por los versos para divorcios, y piden de kilo en kilo. Todo vale para que la poesía llegue a la rutina y a los espacios cotidianos.
Bajo el soportal de la puerta del mercado, el dúo portugués Bezbog comienza su sesión de experimentación sonora. Ruidos industriales, rugidos de máquinas, chispazos eléctricos, reverberaciones metálicas, tenso martilleo, latidos convulsos, timbres palpitantes, vértigo en las notas, sonidos en fuga, atmósferas turbadoras, vibraciones que quedan suspendidas en el aire.
Habían creado para Urogallo una pieza en la que la palabra sería nota dominante. Al concebir, semanas atrás, el recital que darían con el motivo de la poesía expandida, pensaron en capturar palabras pronunciadas en tiempo presente. Las tomarían de la radio, girando aleatoriamente el dial. En aquel momento de concepción, no podían adivinar que se detuviera donde se detuviera el dial alguien estaría hablando de la sesión de investidura. Esas frases cortas se entremezclaron con la caótica espiral de sonidos apocalípticos creados por sus manos. Nunca hubo un afán de metáfora ligada a la actualidad. Pero a veces, la metáfora llega sin querer. Al igual que otros hacen con su voto, ellos solo querían sintonizar, pero la realidad escupió interferencias.
17:00 h Auditorio Ciudad de León [sala polivalente]Ornette, pastel de pájaro. PELAYO ARRIZABALAGA y VÍCTOR M. DÍEZ
Ornette Coleman, neoyorquino, se le conoce como uno de los impulsores del free jazz. Campos de ruidos, improvisación, impulsos de energía, polirritmia.
Hay resonancias del free jazz en la escritura heterodoxa y libérrima de Víctor M. Díez. También, en su voz, esta con sus pausas, sus cambios de ritmo, su zigzagueo, su arrebatadora musicalidad. Una lectura deVíctor M. Díez siempre es una celebración. Hoy se apoya en diversos cachivaches: un tubo flexible, papel de plata, molinillo, chiflos, megáfono, timbres. Al inicio, su voz surge de espesuras urbanas.
“El cerebro es una conversación”, nos dice Víctor que leyó Coleman en un libro sobre el funcionamiento de la mente.
Puede que también Ornette, pastel de pájaro sea el reflejo de una conversación. La que el poeta mantiene consigo mismo, con Ornette Coleman ―fuente de un versificado homenaje―, con Pelayo Arrizabalaga, con la literatura, con el público. A diferencia de un discurso o un recital, la conversación sucumbe a sinuosos quebrantos, a insospechados giros que son señas de vivacidad. Olvídense de jerarquías entre verso, ruido y música, de ataduras en la composición, de rigidez en formas o estilo: todo estallará en pedazos. Hay revoloteo de ideas, festines de imágenes, aleteo de palabras que vuelan libres de una imaginativa idea a otra, intercambio de golpes verbales que arrinconan al espectador contra las cuerdas.
Formando parte de todo esto, la arriesgada apuesta, casi de alquimia, de Pelayo Arrizabalaga. Todo un ejercicio de experimentación sonora. Juega con multitud de vinilos, los manipula para lograr efectos inusitados, altera la velocidad, aúna y entrevera los tres platos donde se reproducen los vinilos.
Si ya es difícil hablar de la música, más lo es cuando uno no encuentra un modelo o ejemplo con el que pueda identificarse tan singular experiencia. Se reconoce un gran mérito artístico cuando una obra te descoloca, te deja perplejo, te confunde, te arrastra hacia territorios de voluptuosidad y belleza.
19:00 h Auditorio Ángel Barja [Conservatorio de León]Diario de ladras, bailarinas, asasinas y flores. CINTAADHESIVA
Pueden verse en Internet vídeos de Cintaadhesiva. Coquetean con la vanguardia en música e imágenes. Había curiosidad por ver cómo se traslada a los conciertos en directo esas elaboradas sumas de disciplinas artísticas.
Silvia Penas, poeta, y Jesús Andrés Tejada, músico, son Cintaadhesiva. Hacen su entrada en escena en la oscuridad. Él va enmascarado, como si fuera un luchador mejicano. Ella tiene una presencia imponente sobre el escenario, con una estética que recuerda a Nina Hagen y a otros iconos del post punk. La iluminación y la escenografía nos hace creer que estemos en el Berlín más alternativo de finales del los ochenta. Pero cuando comienza a sonar la guitarra sabemos que estamos ante los nuevos giros que toma el rock al incorporar la música electrónica. Silvia se planta ante el micrófono y comienza a susurrar la canción Blue Velvet, canción ―y debilidad― que muchos asociaremos para siempre al universo de David Lynch. Y es coherente con todo lo que vendrá después, porque el concierto crece sumido en un opresor halo onírico y turbador. Silvia tiene la poderosa presencia de las mujeres de mentón alzado, pecho henchido y tacones altos que parecen encararse con el mundo para decirles que allí están ellas.
Silvia canta o recita, recita o canta, tal vez las dos cosas, tal vez ninguna de ellas por separado; nos falta una socorrida etiqueta para describir lo que hace. El reciente debate motivado por la concesión del prenio Nobel a Bob Dylan se torna aquí estéril. Son poemas, son canciones, son versos, es música: todo es uno y nada predomina sobre lo otro. La costumbre y la comodidad del pensamiento nos pide marcar una frontera entre ambos campos, pero Cintaadhesiva transgrede las convenciones y desdibuja las barreras.
Cristina Samaniego en El Albéitar. Foto: E. Otero.
Cristina Samaniego en El Albéitar. Foto: E. Otero.
21:00 h Teatro El AlbéitarRetratos de silencio. CRISTINA SAMANIEGO
Sobre las tablas del teatro de El Albéitar, una maleta cerrada y una mujer descalza sumida en sus pensamientos sentada en una silla. Nada más; todo austero, desnudo. La mujer se incorpora muy despacio y, con movimientos cercanos a los de la danza contemporánea, ronda la maleta sin llegar a abrirla. Uno sospecha que asistirá a otra de esas funciones de escasa narrativa y contenido críptico cuyo desarrollo supone un nuevo encuentro con la lentitud.
Nada de lo anterior sucede. Retratos de silencio es una obra enérgica, trepidante, sorpresiva, divertida a ratos, dinámica, viva.
De frente, asomada al patio de butacas, Cristina se dirige al público. Nos habla de una sola cosa: de ella misma, del teatro, de su cuerpo, de la interpretación, de la danza, de sus manos, de tragedias griegas, de su voz, de lo que acontece sobre un escenario, de ella misma. Y he dicho bien, porque para esta fascinante creadora, vida, oficio y obra conforman un todo indivisible.
La maleta será el eje sobre el que transita la escaleta narrativa. Cada prenda, cada elemento de vestuario, se refiere a una etapa de aprendizaje. Así se revela que su formación como actriz va en paralelo a su evolución como persona. El trabajar sobre cómo dominar la voz, cómo vocalizar en lenguas en desuso o cómo expresarse con todas las partes del cuerpo lleva acompasado un alumbramiento de aspectos que desconocía sobre sí misma. Forjar una personalidad sobre las tablas es indisoluble de forjar, al mismo tiempo, una entidad. En la representación, bosqueja su biografía a través de un profundo y, para ella, extenuante recorrido por diversas etapas de acceso al conocimiento que tienen por columna los distintos papeles a los que se enfrentó al entregarse al arte de la dramaturgia.
“¿Qué queda de lo que se dice en un escenario?”, se pregunta y nos pregunta Cristina Samaniego en pasaje próximo a la caída del telón. Para los espectadores de Retratos de silencio, queda el poso de haber asistido a una obra que rezuma pasión, talento y sabiduría acerca de con cuánta intensidad hay que vivir las pulsiones que uno ame en la vida.
23:30 h Glam TheatreCrónicas de una revolución. PERVERTIDOS ELEGANTES
En la noche del sábado ocurrió, por un lado, que muchos entraron por primera vez a el Glam y, por otro, que otros muchos vieron por primera vez un concierto de Pervertidos elegantes y supieron así de su existencia.
En las primeras filas se agolpaban incondicionales y seguidores del grupo. Daban botes, alzaban los brazos, cantaban las letras. Que la convocatoria venga bajo el título de Crónicas de una revolución nos orienta acerca de su contenido. Pervertidos elegantes está en lucha. Sus versos son como puñetazos, sus canciones aspiran a ser bombas que dinamiten estructuras sociales. Denuncia, agitación, activismo político, provocación, destellos de disidencia. El rap, el hip hop, la mixturas de estilos y músicas son los campos de la creación en los que se desata la rabia de su descontento.
13:30 h Templete de música de La CondesaEx-Máquina XMQ. MAREVA MAYO y EX-MÁQUINA
Un soleado y cálido mediodía de domingo de noviembre. Un paseo arbolado con castaños que corre parejo al río. Niños con patines, parejas, jóvenes en bicicleta, paseantes tranquilos. Sosiego y paz. Otro día apacible en el orden que reina en el primer mundo.
En el centro del templete, irrumpe la voz de Mareva Mayo. Y eso voz nos recuerda el dolor, la opresión, el caos o las mentiras.
La banda ExMáquina acompaña a la poeta, tanto cuando recita como en las pausas. Son Mónica Jorquera, Guillermo Alonso, Daniel James Spencer y Genzo P. Su música se ensambla con las palabras; crean una distorsión apropiada, un clima inquietante, un rumor de desasosiego.
Mareva Mayo recita con una fuerza descomunal. Alza la voz hasta quemarse la garganta, como si ardieran los versos que lleva dentro y tuviera que expulsarlos. Una lava candente parece recorrer su espina dorsal. Lo suyo va más allá de una vocación; la poesía en ella es aliento vital, razón de ser, único modo de reconocerse. Su obra parece regirse por un mandato propio: desenmascarar trampas y falsedades que hacen tolerable la existencia. Su escritura es puñal que desgarra los cobijos en los que nos sentimos a salvo. Una verdad dolorosa es preferible a un escudo de compuesto de señuelos y argucias. Rasga las superficies de los convencionalismos para mostrarnos sus sucias entrañas. Zarandea al oyente, le conmina a que avive preguntas olvidadas, cuestiona los pilares de la sociedad, prende las heridas. Donde la mayoría descubre un refugio, ella vislumbra intemperie. Duda y nos hace dudar. Desde los abismos de su mundo personal, obliga a mirarse hacia lo más recóndito de uno mismo. Una voz singularísima. Un grito angustioso y necesario.
Cuando se apaga la voz y la música, llega el final de Urogallo. También, el de Ollagoru, conjunto de actividades alternativas que llenaban los exiguos minutos libres que dejaba la copiosa programación oficial. No es mi tarea reseñar lo que allí ocurrió, pero no me resisto a dejar constancia del lamento por no poder hablarles de las lecturas en Sto. Martino de Andrea Soto (Andrea, omnipresente Andrea, extraordinaria e imaginativa maestra de ceremonias de todo lo que vivimos), de una acción de geo poesía de la mano de Alba González, de un taller de improvisación en Bar Belmondo guiado por Manuel Ao, de los maquillajes de Rakel Álvaro, del programa con el que nos guiábamos (obra de Eduardo Fandiño), de la labor impulsora de Carlos Ordás, del alivio de encontrarme al otro lado con José Luis González “el Canario”, del trabajo de los voluntarios, del esfuerzo, en suma, de todo el equipo de Producciones Infames, cuyos nombres pueden encontrarse en Tam Tam Press.
Nada de esto tendría sentido sin el público: se hace por ellos, y son ellos los que hacen posible que todo esto suceda.

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