domingo, 1 de mayo de 2016

Un gran poeta: Ray Bradbury

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Fotografía: AP


 Este poema maravilloso, tituladoRecuerdo, con el que comienza este libro maravilloso:

Aquí es donde veníamos, pensé,
de aquí para allá, por los prados,
hará cuarenta años ya.
Yo había vuelto y paseé por las calles
y vi la casa en  la que nací,
crecí y viví mis días sin fin.
Ahora, siendo cortos los días, simplemente había venido a contemplar y mirar detenidamente la visión de esa infinita maraña de tardes.
Pero ante todo, deseaba encontrar los lugares por los que yo corría como los perros, delante o detrás de los niños, las rutas anotadas por los indios o por los hermanos raudos y juiciosos imitando a una tribu.
Llegué al barranco.
Descendí por el sendero,
yo, un tipo de pelo encanecido, pero, sobre todo, de pensamientos graciosos, y encontré el lugar vacío.
¡Imbéciles!, pensé. ¡Oh!, chicos de esta nueva época, ¿cómo no sabéis que el abismo aquí nos espera?
Los barrancos son especialmente hermosos y de un bello verdor, misteriosos y bullentes de monos y bestias, de criminales abejas que roban a las flores para dar a los árboles.
Aquí reverberan las cavernas y los riachuelos que hay que vadear después del saqueo:
un bicho de agua, un cangrejo, una piedra preciosa o una bota de goma perdida es un tesoro natural ¿y por qué este lugar está en silencio?
¿Qué ha pasado con nuestros chicos que ya no se apresuran para quedarse a contemplar la artesanía de Cristo:
su sangre brillante y sangrada en los jarabes de los bellos árboles heridos?
¿Por qué sólo hay serpenteos de abejas y mirlos y arqueada hierba?
No importa. Camina. Camina, dulce memoria.
 Di con un roble al que yo a los doce años una vez había trepado y desde el que grité a Skip para que me bajara.
Estaba a mil millas de la tierra. Cerré los ojos y chillé.
Mi hermano, muy dado al jolgorio, dio grandes risotadas y subió a rescatarme.
¿Qué hacías ahí?, dijo.
No respondí. Casi me baja muerto.
Pero allí estaba yo para colocar una nota en un nido de ardilla en la que había escrito un viejo asunto secreto ya muy olvidado.
Ahora, en el verde barranco de años intermedios me quedé bajo ese árbol "¿Por qué? ¿Por qué?, pensé, Dios mío", No es tan alto. ¿Por qué chillé?
No serán más de cinco metros. Voy a subir sin problemas.
Y lo hice.
Y me acurruqué como un solitario mono envejecido, agradeciendo a Dios que nadie viera a ese antiguo hombre haciendo el ridículo agarrado grotescamente al tronco.
Pero luego, ¡ay, Dios, qué sorpresa!
El agujero de la ardilla y el perdido nido aún estaban allí.
 Me tendí un rato pensando.
Me empapé de todas las hojas, las nubes y los climas, transcurriendo tan mecánicamente como los días.
 "¿Qué? ¿Qué? ¿que sí?, -pensé-. Pero no. ¡Algo más de cuarenta años!
¿La nota que puse? Seguro que ya había sido robada.
Un chico o una lechuza la habría birlado, leído y hecho trizas.
Se habrá esparcido por el lago como el polen, hoja de castaño o el tufo del diente de león que surca los vientos del tiempo...
No. No."
Metí la mano en el nido. Ahondé bien los dedos.
Nada. Nada de nada. Pero al ahondar más
allí estaba:
la nota.
Como alas de polilla nítidamente empolvadas, bien plegada había sobrevivido. Las lluvias no la tocaron, la luz del sol no decoloró su contenido. Ocupaba mi palma. Conocía su forma:
Papel rayado de un viejo libro de garabatos de Jefe indio Sioux.
¿Qué? ¿Qué? Oh, ¿qué había puesto yo allí en palabras hacía ya tantos años?
La abrí. Ahora mismo tenía que saberlo.
la abrí y lloré. Me pegué al árbol
y dejé las lágrimas caer y rodar por mi barbilla.
Querido muchacho, extraño niño, que debe haber conocido a los años y contemplado el tiempo y olido la dulce muerte en las flores.
En el lejano cementerio.
Era un mensaje al futuro, a mí mismo.
Sabiendo que un día debo llegar, venir, buscar, regresar.
Desde el joven al viejo. desde el yo que era pequeño y fresco hasta el yo que era grande y nunca más nuevo.
¿Qué decía que me hizo llorar?
 Me acuerdo de ti.
Me acuerdo de ti.
  (Traducción de Jesús Isaías Gómez López)

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